En mayo de 2020 alertamos que la crisis sanitaria global trae aparejada una profundización de la desigualdad en tres planos : “entre estados centrales y periféricos; entre sectores sociales; y entre estados y grandes corporaciones”. Es decir, que en todos los niveles los débiles son cada vez más débiles y los fuertes cada vez más fuertes. El orden injusto y caótico que rige a nivel global es cada vez más conflictivo y volátil, y nuestra región es una de las más afectadas.
La pandemia del Covid-19 aceleró las tendencias mundiales que se venían dando desde la crisis del 2008: aumento de la desigualdad, concentración de la riqueza y destrucción de empleos; mayor endeudamiento de los Estados y privados; mayor tensión geopolítica y geoeconómica; aumento del proteccionismo en las potencias; crecimiento económico mundial empujado por Asia -particularmente China- y estancamiento o caída de EEUU y Europa.
Desigualdades entre estados centrales y periféricos
Según datos del “Monitor del Covid-19 y el mundo del trabajo” de la Organización Mundial del Trabajo, los trabajadores de los países de ingresos bajos y medianos son los que más se han visto afectados “ya que han experimentado una disminución estimada en las horas de trabajo del 23,3% (240 millones de puestos de trabajo a tiempo completo) en el segundo trimestre del año”[2]. Los resultados demuestran que hay una correlación positiva entre los estímulos fiscales y la capacidad de sostener la actividad laboral. De los USD 9,6 billones anunciados en paquetes de estímulo fiscal, el 88% corresponde a países de ingreso alto. Es decir, que los países más ricos son los que tuvieron la capacidad de tomar medidas para preservar el empleo y la producción.
La OIT calculó la “brecha de estímulo fiscal” entre el dinero efectivamente invertido y el necesario para sostener los empleos. Los datos son muy claros: los países de ingreso alto han invertido más que suficiente para cubrir la cantidad de empleos perdidos, y los países de ingreso medio y bajo no han logrado aportar ni siquiera la mitad de lo que necesitaban. América fue el continente con la mayor brecha de estímulo fiscal. Según este estudio “la brecha de estímulo fiscal se sitúa actualmente en 982.000 millones de dólares en los países de ingresos bajos y medianos bajos, donde el espacio fiscal es más limitado (45.000 millones de dólares en los países de ingresos bajos y 937.000 millones de dólares en los países de ingresos bajos y medianos bajos). Esta brecha es equivalente a aproximadamente el 14% del PIB agregado de estos países en 2019. Es significativo que en los países de bajos ingresos la brecha de estímulo asciende a menos del 1% del valor total de las medidas de estímulo fiscal anunciada por países de altos ingresos”[1]. Es importante destacar, que la respuesta que tuvo Argentina fue más abarcativa que la de países de ingresos similares, aunque con montos correspondientes a los que puede manejar una economía sobreendeudada y en crisis desde el 2018.
El aumento de las desigualdades se vieron también en el sector de la producción. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), “La producción manufacturera mundial registró una desaceleración económica general en 2019, que se ha agravado aún más por la crisis económica debido al COVID-19.”[2]De acuerdo al informe de ONUDI, en el segundo cuatrimestre de este año la actividad manufacturera mundial cayó un 12,5% a lo largo del año. Sin embargo, mientras los países industrializados tuvieron una caída anual del 16% de su actividad industrial, en los países en desarrollo fue del 22%, mostrando la capacidad de las naciones más ricas del mundo para sostener la actividad en un contexto de pandemia. China fue el único país que creció su actividad industrial en lo que va del año (2%) y los países industrializados de Asia tuvieron una menor caída que los europeos y norteamericanos, mostrando que este continente sigue siendo el motor de crecimiento a nivel mundial. Como contraste, Latinoamérica tuvo el peor desempeño en la actividad industrial con un desplome de 24%.
La caída de la actividad económica llevó a un recrudecimiento de las políticas proteccionistas por parte de las principales potencias del mundo, planteando no sólo la protección de la industria y sectores estratégicos, sino también, la relocalización de empresas en sus países. En este plano, sin dudas, las economías más fuertes tienen mayor capacidad para proteger efectivamente el trabajo y la producción local que los países más pobres o menos desarrollados.
La falta de recursos para hacer frente a la pandemia en los países emergentes, llevó a que tomaran deuda por USD 124.000 millones en los primeros seis meses de 2020. Mientras que Chile pudo acceder a un crédito con el FMI por USD 24 mil millones, Argentina no pudo acceder al mercado de crédito para afrontar la crisis debido a que esta situación se monta sobre una crisis preexistente con un endeudamiento insostenible. La necesidad de reestructurar los pasivos nacionales con acreedores privados y el FMI socavaron las herramientas de financiamiento a la hora de hacer políticas anticíclicas frente la crisis mundial. Es importante aclarar que al débil crecimiento económico mundial, el estancamiento del comercio, el bajo precio relativo de los commodities y el sobreendeudamiento se le sumó una crisis de oferta y de demanda producto de la pandemia, que provocó una rápida crisis generalizada en todos los países del mundo, especialmente aquellos de ingreso medio y bajo.
Por último, al inicio de la pandemia, la volatilidad y pánico que creó la crisis, llevó a que se produjera un fuerte flujo de capitales, el más importante de la historia, de los países emergentes a los países centrales. Esto sumó inestabilidad en las monedas y economías de los países emergentes. La volatilidad financiera, enmarcada en un contexto global de desregulación financiera, llevó a que muchos países se encuentren al borde del default. Según el FMI “Aproximadamente un tercio de todas las economías de mercados emergentes entraron en la crisis con altos niveles de deuda y se estima que no tienen espacio para emprender una política fiscal discrecional adicional, o que tienen ese espacio en riesgo significativamente”[3].
Aquellos países con un entramado científico-tecnológico y sanitario más débil dependen de la ayuda económica y de insumos para enfrentar la pandemia. Por ejemplo, el Plan de respuesta humanitaria global COVID-19 de las Naciones Unidas brindó un financiamiento total de USD 5.120 millones [4], es una iniciativa noble, pero que está muy por debajo de las necesidades reales de los estados más pobres del mundo.
Desigualdades sociales
Quizás uno de los impactos más fuertes de la pandemia sea la precarización de la situación de vida de millones de personas a nivel mundial que prácticamente no pueden subsistir. Según un estudio del Banco Mundial, más de 350 millones de personas podrían caer en la pobreza y 100 millones en la pobreza extrema a causa de la crisis mundial [5]. En Latinoamérica la situación es muy grave. Para la CEPAL, 30 millones de personas pueden caer en la pobreza extrema y 46 en la pobreza.
Simultáneamente, de acuerdo a las proyecciones de la OIT en el segundo trimestre de este año se habrían perdido horas de trabajo equivalente a 495 millones de empleos a tiempo completo. A esto vale añadir que las pérdidas de empleo y las suspensiones aumentaron respecto al primer trimestre y nuestro continente es el más afectado[6]. En total, la pérdida global de ingresos laborales durante los primeros tres trimestres de 2020 asciende a USD 3,5 billones. En este sentido, los ingresos de sectores trabajadores han caído en promedio a nivel mundial un 10%, mientras que en nuestro continente el derrumbe llega al 15%.
Dentro del sector de trabajadores, las personas jóvenes, mayores y mujeres fueron los más afectados por la pérdida de empleo. Es importante destacar la profundización de las desigualdades por razones de género en el marco de la pandemia. Siguiendo a (Batthyány, Sánchez 2020) el impacto de la crisis sanitaria afecta particularmente a las mujeres. “La OIT estima que, de los 130 millones de trabajadores informales, el 53% son mujeres, por lo que frente a la situación actual enfrentan mayores riesgos (OIT, 2020). El aumento del desempleo también repercutirá de manera negativa en sus condiciones de vida, porque las mujeres de la región se emplean en un 49% en comercio y servicios, dos de los sectores más afectados por la pandemia (OIT, 2020). Cabe agregar que por cada 100 hombres que viven en condiciones de pobreza en la región, hay 132 mujeres. Y el escenario provocado por la pandemia anticipa que este indicador puede empeorar todavía más. Al mismo tiempo la presión de la demanda de pacientes con coronavirus afecta principalmente a médicas, enfermeras y trabajadoras de la salud en general, ya que ellas representan el 72,8% del personal del sector de la salud. Además las trabajadoras formales, que tienen salarios menores a los de los hombres en un 17% en promedio, también han visto incrementadas sus tareas domésticas (CEPAL, 2020)”[7].
Mientras que cerca de mil millones de personas corren riesgo de perder su trabajo o caer en la pobreza, o ambas cosas simultáneamente, hay un pequeño grupo de billonarios que se están viendo beneficiados de la pandemia y la crisis. De acuerdo a los datos de Bloomberg los 5 hombres (si, son todos hombres y 4 de ellos son blancos y estadounidenses) más ricos del mundo han aumentado su patrimonio personal en lo que va del año en USD 201.000 millones. Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, aumentó su riqueza particular en USD 72.000 millones. Cuatro de estos cinco empresarios están ligados a las industrias tecnológicas y el comercio electrónico, grandes beneficiarios de la pandemia. Para hacernos una idea de cuán colosal es la concentración de la riqueza en el contexto de la pandemia, las 50 personas más ricas del mundo aumentaron sus ingresos este año en USD 413.000 millones, prácticamente el PBI de Argentina en 2019 (USD 449.663 millones[8]).
En un contexto donde hay gente que se muere de hambre, se queda sin trabajo mientras unos pocos se enriquecen sideralmente pareciera ser un chiste desagradable seguir discutiendo si es necesario distribuir mejor la riqueza o gravar las riquezas. El planteo del presidente argentino, Alberto Fernández ante la Asamblea General de las Naciones Unidas de la necesidad de encontrar una “vacuna contra la injusticia social”[9] debería ser hoy en día el leitmotiv para la cooperación entre las naciones. Si la respuesta de la mayoría de los líderes del mundo es -como en la crisis del 2008- dar respuestas débiles, o encontrar el enemigo en los inmigrantes, la falta de voluntad de los más vulnerables de esforzarse para salir adelante, los conflictos políticos, sociales y raciales van a aumentarse. La historia es maestra de la política y las crisis sociales son un caldo de cultivo para los conflictos internos y entre naciones, si no se encuentran soluciones que contemplen los intereses y necesidades del conjunto de la comunidad.
Desigualdad entre Estados y grandes corporaciones
Desde la década de los ‘70 el sector corporativo y financiero posee cada vez más capacidad de condicionar a los estados de acuerdo a sus intereses. Como hemos descrito la pandemia le está requiriendo a los estados ya debilitados y sobreendeudados un esfuerzo descomunal que no es correspondido con el aporte de las grandes corporaciones. En el contexto de la crisis muchas empresas multinacionales deciden reducir su estructura y retirarse de mercados emergentes y sostener sus negocios más rentables, o desarmar sus inversiones financieras y radicarse en los países centrales que brindan mayor estabilidad financiera. Esta situación pone en evidencia que el mercado y el gran capital concentrado está globalizado pero no es capaz dar respuestas globales y que participa de las ganancias pero no de las pérdidas.
Los Estados están asumiendo prácticamente todos los costos de la crisis, pero las personas más ricas y las corporaciones más grandes no están participando del esfuerzo de la recuperación en la misma medida. La salida de la posguerra mundial tuvo como gran estrategia de reconstrucción de Europa y reactivación de su economía al Plan Marshall, pero también trajo aparejado un sistema fiscal que cobraba grandes impuestos a las riquezas para financiar estas obras y un férreo control de capitales, para que los capitales se reinviertan en el país donde fueron generados. Hoy pareciera que el capital exige un Plan Marshall para reactivar la economía mundial pero no quiere poner la parte que les toca, ni realizar ningún sacrificio. Esta situación pone en evidencia la necesidad de rediscutir las reglas de juego que rigen la economía y las finanzas internacionales.
[1]https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/briefingnote/wcms_755910.pdf
[2]https://www.unido.org/sites/default/files/files/2020-09/World_manufacturing_production_2020_Q2.pdf
[4]https://fts.unocha.org/appeals/952/summary
[5]http://pubdocs.worldbank.org/en/461601591649316722/Projected-poverty-impacts-of-COVID-19.pdf
[6]https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/briefingnote/wcms_755910.pdf
[7]https://revistas.unc.edu.ar/index.php/astrolabio/article/view/29284
[8] https://datos.bancomundial.org/indicador/NY.GDP.MKTP.CD?locations=AR