Autor: OCIPEx
Antecedentes de un orden mundial en crisis
Al analizar el escenario internacional actual nos encontramos con un panorama que permite vislumbrar la existencia de un conflicto geopolítico entre grandes potencias que hoy tiene como principal escenario bélico el territorio ucraniano. La reciente visita de Biden a Ucrania; el discurso de Putin sobre el estado de la nación rusa, en el cual anuncia la suspensión de su participación en el acuerdo nuclear con EE.UU.; las últimas declaraciones del gobierno chino, donde sostiene que no aceptará la imposición de cursos de acción o coerciones de ningún tipo vinculadas a su relación con Rusia, son evidencia expresa de tal situación.
El origen de este conflicto no es reciente, y además, no hay indicios de que vaya a desescalar. Al contrario, estamos transitando un momento bisagra en términos de reconfiguración del orden mundial vigente durante los últimos 50 años. En efecto, el escenario actual se parece menos a una ruptura causada por un hecho puntual y más a un movimiento de placas tectónicas geopolíticas e históricas, en el que la guerra de Ucrania es más que un simple conflicto bélico: es la manifestación de un conflicto mucho más profundo. El viejo orden no termina de derrumbarse y el nuevo, con eje en el Asia-Pacífico, no termina de consolidarse.
El primero, impulsado por los EE.UU. y que tuvo su auge tras la caída del Muro de Berlín cuando ya no hubo un modelo contrapuesto, se ha caracterizado por la instauración a nivel global del neoliberalismo, la deslocalización productiva, la financiarización como eje del modo de acumulación que benefició a los grupos concentrados y las elites de los propios países centrales, la imposición del patrón monetario del petrodólar, la concentración excesiva de las riquezas y el sobreendeudamiento de las personas y de los países.
El auge de EE.UU. como única e incuestionable gran potencia mundial durante la década de los ‘90, consecuencia de la derrota de su principal oponente geopolítico (la U.R.S.S.), implicó una expansión y reproducción fenomenal del capital a partir de la constitución de cadenas regionales de valor, por las cuales las grandes empresas occidentales han fragmentado territorialmente los procesos productivos en pos de beneficiarse de los bajos costos de producción de las periferias.
Esto, a su vez, les permitió también participar de mercados más amplios, aumentar sus escalas y niveles de ganancias. El Consenso de Washington fue el instrumento conceptual-ideológico y promotor de políticas públicas, que se sirvió también de instituciones tales como el FMI, la OMC y el Banco Mundial para la difusión e imposición de un conjunto de medidas a los países periféricos, que redundaron en una serie de reformas laborales, arancelarias, políticas, económicas y de inversión, que fueron parte de los factores estructurales de los cambios en las relaciones de poder entre el capital y los pueblos en los países periféricos.
Aunque también tuvieron su correlato al interior de los países centrales, produciendo niveles de desempleo históricos y constituyendo verdaderas zonas periféricas dentro de los mismos.
En definitiva hablamos de la imposición de tres planos de la desigualdad: entre Estados, entre el capital y los Estados en favor del primero (particularmente el capital financiero y los grandes conglomerados productivos), y por último, la desigualdad creciente entre las corporaciones y los pueblos.
Las contradicciones generadas por este modelo, que se hicieron manifiestas en estos planos, precipitaron sucesivas crisis en los países semiperiféricos. Rusia, después de la disolución soviética, Brasil, México, el sudeste asiático e inclusive la misma Argentina en 2001, demuestran la inestabilidad y la inviabilidad social de la aplicación del instrumental de políticas neoliberales, lo que trajo aparejada la constitución de las necesarias resistencias a su implantación.
Con la llegada del siglo XXI se evidencian los primeros signos de tensión sistémica, cuando se desataron distintas crisis financieras que tuvieron un punto de eclosión, un hito en el marco de estos movimientos tectónicos, con la crisis de 2008.
En simultáneo, se cristalizaba la re-emergencia de una serie de potencias como consecuencia de la organización y reorganización de las distintas fuerzas nacionales de los diferentes países, que fueron buscando formas de sortear esta serie de reformas a fin de ganar margen de maniobra. Tal es el caso de Rusia, que se reconstituye como potencia militar y energética a nivel mundial en este período; también China, como la principal potencia emergente científico-tecnológica, económica, poblacional, territorial y política, tras el denominado “Siglo de la Humillación”; la India, un país con una gran población, con un importante desarrollo científico-tecnológico en algunos sectores, y una economía en crecimiento; y Brasil, en ese entonces gobernada por Lula y que emergió como la sexta economía a nivel global.
Estas potencias, que básicamente consolidaron el desarrollo o la posibilidad de desarrollo desde la planificación política del Estado y el desarrollo de políticas públicas, posibilitados a través de empresas estatales o apalancadas por la inversión estatal, como también había sucedido en los principales países centrales occidentales, se encuentran implicadas en gran parte de las disputas geopolíticas actuales. Así, el modelo neoliberal con una única potencia a nivel mundial que determinaba las reglas para el conjunto de países del mundo termina por entrar en una profunda crisis.
El retorno ruso como actor de peso internacional y la importancia geopolítica de Ucrania
Desde la asunción de Putin en 1999, su política giró en torno a reconstruir el poder geopolítico y económico de Rusia. Para eso, buscó restablecer su influencia en lo que denomina su “extranjero próximo” (ex repúblicas soviéticas). Uno de sus objetivos principales fue volver a controlar a través del Estado el principal activo geopolítico que tiene Rusia, además del instrumento militar, que es su capacidad energética. Dicho proceso vino acompañado por una serie de articulaciones a nivel regional, en diversas áreas, como la defensa (a través de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), la económica (a través de la Unión Económica Euroasiática), la política (a través de la Comunidad de Estados Independientes y la Organización de Cooperación de Shanghái junto a China, India, Irán y otras potencias euroasiáticas). Incluso la alianza energética entre Rusia y Alemania a través del gasoducto Nord Stream -que Merkel se encargó de construir- permitió mayores márgenes de autonomía relativa respecto a la política estadounidense, al funcionar como un sistema de contrapeso. De igual manera, la relación entre Rusia y China, a través de la alianza estratégica integral, estableció un nuevo polo de poder muy fuerte.
A su vez, la incipiente agenda común con India, Brasil y Sudáfrica, buscó cuestionar ciertas institucionalidades que reflejan la cristalización de relaciones de poder a nivel internacional bajo la hegemonía estadounidense. Por ejemplo, estableciendo canastas de monedas que permitieran el comercio mundial por fuera de la divisa estadounidense; o también, desarrollando un sistema de crédito que permitiera el financiamiento por fuera del FMI y los bancos occidentales.
Esto es percibido por los EE.UU. como una amenaza para sus intereses geopolíticos, y permite comprender los conflictos que se vienen desarrollando actualmente. Hoy se observa una situación en la que EE.UU. ha ido perdiendo cierta capacidad de determinación sobre esas regiones del mundo.
Así se puede observar cómo se fueron configurando diferentes escenarios en los que se hacen manifiestas las disputas entre Rusia y los EE.UU., en la medida en que, para la persistencia de la dominación norteamericana, es considerado estratégico evitar la reconstitución del poder ruso a nivel internacional. De esta manera, las “Revoluciones de Colores” en ex-repúblicas soviéticas como Georgia (2003), Ucrania (2004) y Kirguistán (2010), junto a la intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán (2001), Libia (2011) y el inicio de la Guerra Civil Siria (2011) son hechos que están íntimamente vinculados a las relaciones de poder entre estas potencias en pugna por la proyección territorial de su influencia política.
En el caso específico de Ucrania, es una ex-república soviética, en cuyo territorio tuvieron lugar anteriores disputas entre potencias europeas, como fue la guerra por Crimea durante la segunda mitad del siglo XIX entre el Imperio Británico y el Ruso. Se trata de un territorio vital por la fertilidad de sus suelos y su localización geográfica como ruta de paso de numerosos oleoductos y gasoductos, lo que la pone en el centro de la cuestión. Además, es un país en cuyo interior existe una diversidad étnica muy grande, con un oeste más parecido a Europa occidental y proeuropeo, y con un este de predominancia rusófona y culturalmente ligado a la historia eslava, incluso en términos económicos. La parte sudoriental es predominantemente urbana e industrial, y su producción tiene como principal destino a Rusia, mientras que la occidental es predominantemente agrícola.
De esta manera, en 2014 la cancelación de un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea anunciado por el entonces presidente ucraniano Yanukovich, desencadenó masivas protestas en la capital que lo obligaron a renunciar. Cabe destacar que las protestas antigubernamentales, conocidas como Euromaidán, contaron con apoyo estadounidense. La posterior llegada de presidentes pro-occidentales, sus intentos de firmar un acuerdo con la U.E., ingresar a la OTAN y la eliminación del ruso como lengua cooficial junto al ucraniano, generaron el levantamiento de las regiones del Donbass contra Kiev. Así, ese año comienza la guerra civil ucraniana y en simultáneo Rusia se anexiona Crimea. Entre 2014 y 2022, el fracaso de los Acuerdos de Minsk entre Rusia y Ucrania fue el capítulo previo a la invasión rusa del 24 de febrero, de la cual se cumple un año.
Conflicto global, impactos regionales. América Latina en un contexto de disputa.
Para pensar de qué manera este conflicto repercute en América Latina es importante tener en cuenta sus principales características: tiene lugar en un territorio ajeno a las principales potencias, pero con la participación directa de una de ellas, y con un enfrentamiento geoeconómico y diplomático a escala global, pero en ausencia de un enfrentamiento bélico directo entre Rusia y EE.UU.
EE.UU. y los países europeos sancionaron a Rusia, a sus funcionarios y empresarios. Esta última ha respondido de igual forma. Las sanciones occidentales sobre las empresas energéticas rusas, en conjunto con la presión de los EE.UU. para que Europa no siga comprando gas ruso, repercutieron también en la economía europea. Estas acciones afectaron al comercio mundial, puesto que al sacar a Rusia del sistema de intercambio financiero internacional SWIFT para aislarla económica y financieramente, se aceleró el proceso por el que Rusia buscó comerciar con terceros utilizando sus propias monedas, una clara expresión del multipolarismo geopolítico.
La batería de sanciones han generado disrupciones en el funcionamiento del mercado, las cadenas logísticas y las cadenas de valor, encareciendo principalmente la energía y los alimentos. El año 2022 se caracterizó por un proceso de inflación de escala global, pero que afectó por demás a los sectores más vulnerables, tanto en países centrales como en los países periféricos.
Como resultado de una perspectiva neoliberal a la hora de afrontar el problema inflacionario generado por el conflicto, las autoridades monetarias de países centrales y periféricos elevaron las tasas de interés. Al tratarse de un problema de oferta, y no de demanda, se terminó generando la combinación de inflación con altas tasas de interés. Esto tuvo como consecuencia el recrudecimiento de la crisis de deuda en los países periféricos, dados los elevados niveles de endeudamiento público y privado. Además, la situación se ve agravada debido a que se torna más rentable invertir en bonos estadounidenses y europeos, redireccionando el flujo de capitales hacia esos mercados, en desmedro de los países semiperiféricos, lo cual generó turbulencias económicas dado que luego de las reformas de 1990 fueron liberalizadas las cuentas de capitales.
Los conflictos entre las principales potencias mundiales impactan principalmente sobre aquellos países que se ven afectados involuntariamente, en especial aquellos ubicados en el Sur Global, en la medida en que los conflictos aumentan las desigualdades.
Desde el punto de vista político y diplomático, existe una búsqueda, sobre todo de las potencias occidentales, de conseguir alineamientos geopolíticos respecto a un conflicto que nos es ajeno. Para América Latina y el Caribe es muy importante buscar sostener la neutralidad activa en un conflicto que sucede en otro continente y que está alejado de nuestros problemas.
Argentina frente al conflicto
En este marco, la Argentina actuó de modo coherente al repudiar la anexión territorial de territorio ucraniano por parte de Rusia en el marco de las Naciones Unidas. Para ello, invocó el principio de integridad territorial, que Argentina sostiene inquebrantablemente en materia de política exterior, consecuente con su reclamo soberano por las Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur. No hizo uso de la doble vara del derecho internacional, como la mayoría de las potencias occidentales que hacen caso omiso a la causa Malvinas.
Es muy importante como país, y para la región, como países del Sur Global, no entrar en alineamientos automáticos mediante la utilización ideológica de la agenda de Derechos Humanos (DD.HH.). No puede haber indignación selectiva sobre las violaciones a los DD.HH. en un lugar y en otro no. La guerra es un evento trágico y desafortunado, que siempre hay que tratar de evitar. La Argentina tiene que ser un vehículo de paz y no de toma de posición frente al conflicto. Argentina tiene una historia centenaria respecto a la neutralidad ante conflictos internacionales, y esto debe ser sostenido con una política activa, que no se deje arrastrar por la agenda de ningún interés foráneo.
Un elemento central para analizar cómo la Argentina y los países semiperiféricos deben afrontar la crisis se relaciona con las medidas que se han tomado para paliar las consecuencias de la guerra en los países centrales, especialmente los EE.UU. Estas medidas contradicen el decálogo neoliberal, en manifiesta oposición a ciertos reclamos existentes en nuestro país, con una intervención muy activa del Estado orientada a reconstruir el empleo y proteger el desarrollo industrial. Tal es el caso de lo anunciado recientemente por Joe Biden en el discurso del Estado de la Unión, en el cual planteó la necesidad de la relocalización de industrias, especialmente aquellas ligadas a la alta tecnología, y la protección lisa y llana del sector productor de microchips, en el marco de su disputa abierta en el campo geopolítico, geoeconómico y tecnológico con China. En el mismo discurso planteó la necesidad de retomar obras de infraestructura modernizantes para estar a la altura de la disputa con China. Además, a sus propuestas añadió la de garantizar medicamentos baratos para el conjunto de la sociedad.
Todo esto da cuenta de la perspectiva proteccionista que están tomando los países centrales occidentales, acentuando las asimetrías entre Estados. El neoliberalismo, tanto desde lo ideológico como desde lo institucional y normativo, profundiza las asimetrías entre Estados centrales y periféricos. Los primeros concentran las riquezas, en la medida en que las segundas son cada vez más periféricas. Por lo tanto el neoliberalismo, aún vigente, no es aplicado de igual manera entre los distintos tipos de países.
En términos corporativos, los beneficiarios de las guerras son siempre los mismos: los principales grupos económicos. Si los aumentos en los precios de la energía proporcionaron ganancias extraordinarias a las principales empresas petroleras occidentales, las principales empresas exportadoras de granos también tuvieron beneficios siderales. La Argentina, como nación soberana productora de hidrocarburos y productos agropecuarios, no se planteó cómo evitar la apropiación y concentración de estas ganancias en dichos sectores estratégicos. Esto es, sin duda alguna, un elemento que se hace indispensable en un corto plazo, habida cuenta de la frágil situación económica, financiera y social en la que se encuentra sumido el país con posterioridad al reciente proceso de endeudamiento llevado a cabo entre 2016 y 2019, cuyas consecuencias fueron agravadas por la pandemia.
Para pensar cómo salir de la crisis de deuda, con sus impactos sociales y macroeconómicos heredados desde el gobierno neoliberal de Mauricio Macri, lo que incluye el tutelaje político ejercido por el FMI, debemos repensar el rol del Estado para construir un país distinto al modelo neoliberal impuesto en los ´70 y profundizado en los ´90.
Para ese fin es que trabajamos en la elaboración de este Dossier, que se nutre de las reflexiones de diversos autores en múltiples áreas temáticas que resultan de interés sustancial para nuestro país, a los fines de contribuir a pensar una política exterior argentina soberana.