Autora: Agustina Sánchez Beck
La pandemia ocasionada por el COVID-19 irrumpe en un escenario internacional signado por profundas transformaciones. Lo hace en medio de lo que denominamos transición histórica de los polos de poder, donde Estados Unidos pierde poder en términos relativos mientras que China avanza y se consolida como potencia global. En la actualidad, ese cambio de “orden” se ve signado -principalmente- por dos procesos interrelacionados:
- El cambio de matriz energética que, como hemos señalado[1], sobreviene tanto por las severas consecuencias ambientales de la utilización de hidrocarburos para la generación de energía, como por el posible agotamiento de los combustibles fósiles.
- La disputa científico-tecnológica en los sectores de la industria 4.0, para la cual las nuevas formas de producción y almacenaje de la energía producida por fuentes renovables son centrales.
Liderar la transición energética y la disputa científico-tecnológica conlleva una competencia entre las potencias por el control de los recursos naturales necesarios para estos procesos. Esto no es nuevo, sino que, a lo largo de la historia, las transiciones hegemónicas han estado fuertemente relacionadas con la transformación de la matriz energética, del patrón tecnológico y la apropiación de recursos estratégicos.
En la actualidad, la recesión económica ocasionada por la expansión del Covid-19, la reducción de la demanda de combustible, la guerra de precios producto de la disputa entre Rusia y Arabia Saudí y la decisión de continuar con la producción de petróleo llevaron a una crisis de oferta y almacenamiento tal que el mercado del petróleo se vio profundamente golpeado. El WTI[2] (precio de referencia EEUU) tuvo una caída histórica, llegando a u$s -37,63 por barril, mientras que el precio del Brent[3] (precio de referencia Europa y resto del mundo) se desplomó por debajo de u$s 20[4]. Estos hechos ponen en evidencia los límites de la matriz energética vigente. Las sucesivas crisis y fluctuaciones dan cuenta de las progresivas tensiones alrededor del uso de hidrocarburos como garantía de seguridad energética para la población mundial.
El mercado de energías renovables previo a la crisis del covid-19 y del petróleo
La producción de energías renovables ha experimentado en los últimos años un espectacular crecimiento. En su último informe de Estadísticas de Capacidad Renovable, la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) afirma[5] que la utilización de las mismas fue la de mayor crecimiento en 2019 (72% de aumento de capacidad), superando a los combustibles fósiles por un amplio margen. Este crecimiento implica un incremento a nivel mundial en la capacidad instalada de energías renovables a 2.537 gigavatios (GW). De todas las energías, aquellas con mejor desempeño fueron la eólica y la solar, cuyas instalaciones a nivel global subieron un 20% con respecto al 2018.
En los últimos años el desempeño de las energías renovables fue destacado. De hecho, en 2018 la inversión del sector fue tres veces superior a la de combustibles fósiles. Los costos de producción también han descendido abruptamente, tornándolas más competitivas. En el caso de la generación de energía solar, se han reducido un 73% entre 2010 y 2017 a nivel global, mientras que en el caso de la eólica, la 2da con mejor desempeño, lo hicieron en un 23%[6].
Impactos del covid-19 en el mercado de energías renovables
Como en el resto de los sectores, la crisis económica ocasionada por la expansión del COVID-19 provocó una desaceleración en el mercado de las renovables. El principal impacto se dio en la inversión, tanto a nivel de proyectos públicos y privados, como en la generación, consecuencia directa de la disrupción en las cadenas globales de producción. En energía solar, por ejemplo, la financiación corporativa cayó un 31% con respecto al año pasado y la producción de paneles solares se encuentra interrumpida desde febrero, dado que casi la totalidad de las fábricas de paneles solares se encuentra en China.
Más allá de los efectos coyunturales de la crisis, las tendencias siguen siendo positivas para el sector. Según datos de la IEA, las renovables crecerán en el 2020 en un 11% en comparativa con el resto de las energías.
Aunque de manera limitada, la inversión continuará ascendiendo y en 2023 se espera que las plantas de ensamblaje de General Motors en Orion y Detroit-Hamtramck funcionen a base de energías renovables. La automotriz estadounidense llegó a un acuerdo con DTE Energy para generar 500,000 megavatios por hora de energía solar como parte del programa MI GreenPower de DTE[7].
Por otro lado, y a pesar de los estragos que el coronavirus está causando en la economía china, la producción ha empezado a reiniciarse lentamente y los principales productores de energía e insumos solares anunciaron planes para expandir el sector[8]. En la misma línea, las centrales termosolares de España continúan con actividad durante la pandemia[9] y en Estados Unidos la granja solar más grande de Kansas ha iniciado operaciones comerciales[10]. Es decir, el sector continúa con buena actividad a pesar de la pandemia, lo que contrasta con lo que sucede en el mercado del petróleo.
Desafíos para la transición energética:
La transformación de la matriz energética requiere que este crecimiento en la producción de energía mediante fuentes renovables esté acompañado por el desarrollo científico tecnológico. Los desafíos son múltiples: por un lado, la adaptación de los sistemas eléctricos actuales, ya que la energía producida por fuentes renovables es intermitente y es necesario que sea acumulada para su utilización. Por el otro, se precisa transformar la industria automotriz y avanzar hacia la electromovilidad, lo cual supone que las baterías de litio sean capaces de equiparar la “performance” que tienen los autos de combustión interna en términos de autonomía, tiempo de carga y seguridad. El desarrollo de este tipo de baterías a gran escala y a un costo competitivo es por el momento el mayor desafío tecnológico. Quien controle estas tecnologías, podrá liderar el cambio de matriz energética.
Si bien no representan la única opción de almacenamiento, las baterías denominadas ion-litio han demostrado, hasta el momento, mayor eficiencia tanto para la electromovilidad como para el almacenamiento eléctrico. Como ya ha sido señalado, la demanda de litio crecerá exponencialmente en los próximos años. A fines del año pasado, BMW firmó un acuerdo con Gangfeng Lithium, uno de los mayores productores mundiales de litio, para el suministro de ese mineral por un valor de 540 millones de dólares[11]. BMW estima que en 2025 necesitará siete veces más litio del que requiere en la actualidad para consolidar la industria de autos eléctricos. Cabe mencionar que a principios de este año, Gangfeng Lithium aumentó un 50% su participación en el proyecto Cauchari-Olaroz que actualmente extrae Litio en el noroeste Argentino mediante una inversión de 160 millones de dólares[12]. Argentina, junto con Chile y Bolivia, forma parte del Triángulo del Litio, región que posee alrededor del 68% de las reservas mundiales de litio en salmuera en el mundo.
Conclusiones
La actual coyuntura invita a replantearnos qué valores signan los procesos productivos. En ese sentido, puede decirse que el rasgo que define a la matriz energética vigente es la desigualdad: desde la casi exclusiva localización de centrales eléctricas en centros urbanos y las brechas en el acceso al suministro eléctrico, pasando por la escasa participación de los Estados en la exploración, explotación y producción de recursos energéticos y llegando a las grandes pérdidas asociadas al transporte desde los grandes centros de producción hasta los de consumo, entre otras características. Todo ello da cuenta de una matriz energética y eléctrica que solo favorece la centralización de los procesos productivos de desarrollo nacional, generando aún más exclusión e inequidad.
Por tanto, debemos avanzar hacia una matriz energética que utilice recursos renovables y que garantice la apropiación soberana de los recursos naturales, de conformidad con las necesidades nacionales y los intereses de los pueblos. Una matriz con mayor participación del Estado en los procesos de exploración, producción y transformación de esos recursos y un sistema de producción y distribución eléctrica federal, que permita evitar pérdidas e ineficiencias. Esto supone no solo agregar valor a la producción local sino promover, al mismo tiempo, el desarrollo científico-tecnológico nacional.
Pero lo cierto es que, detrás de la problemática ambiental y energética abundan los discursos oportunistas por parte de los principales centros de poder para que, mediante la cooperación, la asistencia, la IED, las políticas de “llave en mano” o la transferencia tecnológica, nuestros países avancen en la transformación de sus sistemas energéticos. De esta manera, se obstaculizan los procesos de desarrollo nacional, se profundizan las brechas de desigualdad, la acumulacion de ganancias extraordinarias y se consolida la lógica centro-periferia. En palabras de Diego Hurtado (Secretario de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación) “Si recordamos que en el diccionario neoliberal de las relaciones internacionales “cooperación” significa “negocios”, “asistencia” significa “crédito” y “transferencia” significa “venta de tecnología”, el plan de la “revolución verde” es endeudar a las periferias para que compren a escala masiva tecnologías renovables a las economías centrales. Es decir, la “revolución industrial verde” abre un horizonte inédito para los grandes negocios tecnológico-financieros en las periferias[13]”. Considerando estas dinámicas, profundamente arraigadas en el sistema internacional, resulta necesario que las medidas de política tomadas en esta dirección garanticen la soberanía y el desarrollo nacional. Nuestro país cuenta con una enorme capacidad de producción de energía eólica y solar, se debe entonces potenciar estas capacidades mediante una planificación estratégica integral guiada por el interés nacional.
Los datos muestran que, si bien las energías renovables no son la forma dominante de producción de energía en la actualidad, ocupan un lugar cada vez más relevante. Las proyecciones indican un aumento de la demanda de energía los próximos años. Las constantes fluctuaciones y crisis del mercado de hidrocarburos ponen en peligro la capacidad de la actual matriz de responder a la creciente demanda de energía proyectada y garantizar seguridad energética. Si bien durante los próximos años el petróleo, el carbón y el gas seguirán siendo fundamentales, la crisis pandémica permite pensar en otros horizontes. La reducción en los costos de producción de las energías renovables y los avances en tecnologías de almacenamiento abren nuevas oportunidades para pensar en la transición energética.
[1] https://ocipex.com/el-litio-recurso-indispensable-para-la-transicion-energetica/
[2] West Texas Intermediate es una corriente de crudo producido en Texas y el sur de Oklahoma y es utilizado como punto de referencia en la fijación de precios del petróleo
[3] Tipo de petróleo de alta calidad que se extrae del yacimiento británico de Brent y se constituye como referencia para el establecimiento del precio de ⅔ partes del petróleo mundial. (http://www.petroleum.co.uk/benchmarks)
[4] Para un análisis más profundo sobre la crisis del mercado del petróleo ver: https://ocipex.com/la-crisis-en-el-mercado-petrolero/
[12] https://lta.reuters.com/articulo/argentina-litio-ganfeng-idLTAKCN1V80L2
[13] https://ocipex.wordpress.com/2018/09/11/geopolitica-de-la-tecnologia-desde-la-semiperiferia/