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Crisis epidémica, financiera y del multilateralismo, signos del cambio civilizatorio

La crisis del sistema multilateral no es una novedad, es un signo más del cambio civilizatorio que viene expresándose en toda su magnitud desde la crisis del 2008. Desde la visión de las ondas largas de Braudel, asistimos al fin del orden mundial euro y anglo céntrico y atlantista que se inicia con la llegada de los españoles a América, basado en el colonialismo y la acumulación indefinida y especulativa. Este proceso implica cambio y oportunidad, el nuevo mundo que nace tiene su eje geopolítico en el Pacífico, Indochina y Eurasia.

Es un mundo con equilibrios geopolíticos más parecidos al del anterior al siglo XV, donde Europa era relevante pero no era el “centro del Mundo”: los imperios euroasiáticos y del Oriente Medio eran potencias tanto o más importantes que las europeas. En síntesis, la tensión se refleja en el sistema de acumulación desmedido y especulativo y en el centro geopolítico en EE. UU. y Europa. Las crisis suelen ser un devenir de avances y retrocesos en direcciones encontradas, con un desenlace incierto. 

La pandemia y la crisis financiera lo que parecen estar dejando claro es que los Estados no están muertos y tienen un rol principal en la vida de los pueblos. El mercado (los mercaderes y las corporaciones) está globalizado pero es incapaz de dar soluciones globales para la humanidad ante un enfermedad y a de garantizar sustentabilidad financiera y ambiental del sistema económico, menos una redistribución digna de la riqueza. Las instituciones internacionales cayeron en esta misma inutilidad. Quizás porque su origen mismo no fue el de brindar soluciones globales a los problemas del conjunto de los seres humanos. Sino brindar estabilidad política a un sistema de relaciones de poder que se configuraron luego de la Segunda Guerra Mundial. 

Lo que queda claro ante la crisis sistémica es que el peor de los mundos para los países débiles como el nuestro, es un mundo sin reglas y que no es solidario. Por eso es necesario aliarnos y proponer salidas conjuntas con todas aquellas naciones del mundo que tengan en común una visión crítica del actual sistema, que propongan una salida donde prime el bienestar de nuestros pueblos, donde la economía del trabajo esté por encima de la especulativa, donde el Estado tenga el rol fundamental de sostener los equilibrios y armonizar los intereses del conjunto de nuestra nación.

La crisis financiera, productiva y comercial y la pandemia van a obligar a los países a reconstruir el mercado interno y el entramado productivo, como el comercio mundial. Son pocos los países del mundo que tienen una capacidad de reacción rápida para ser motores de la reactivación posterior a esta crisis. Por esta razón, hay que dejar al margen los ideologismos y anteponer los intereses permanentes de nuestra nación.

En este marco de crisis y cambios, es necesaria la reafirmación de que los intereses de nuestra nación deben apuntar a recrear la alianza sudamericana, dado que en un mundo con centro en Asia seguiremos siendo semiperiféricos, y tenemos en ellos una oportunidad de afirmar nuestra originalidad (y originariedad) si logramos ponernos de acuerdo entre nosotros en el ámbito sudamericano (o latinoamericano), para ser cada vez menos dependientes de los centros de poder anglocéntricos.

El estado, el verdadero “cisne negro”

Las crisis (financieras, como las pandemias) también pueden condensar cambios que venían madurándose por lo bajo y emergen con toda su fuerza de manera casi inesperada. El “cisne negro”, ¿no será el resurgimiento del Estado como actor central en la vida de los pueblos? ¿no será el cuestionamiento definitivo a los principios neoliberales, individualistas, a la cultura del descarte? El “cisne negro”, ¿no será que China emerja con mucha más fuerza como un actor central en el sistema internacional? ¿no será una nueva primacía del ser humano y la comunidad por sobre la ganancia, de la economía del trabajo sobre la especulativa?

Hace pocas horas se conocieron las declaraciones del secretario general de la OCDE, quien planteó la necesidad de liderazgo y de un plan ambicioso similar al del Plan Marshall, por el que se creó la OCDE, y una visión como la que inspiró el New Deal, pero a escala plantearia”. Nuevamente se plantea en la voz de organismos multilaterales el rol fundamental del Estado en la vida económica y social de los pueblos. Pero también quiero resaltar las advertencias que me hizo ver un compañero y amigo, Santiago Lombardi, sobre estas afirmaciones:

Hay muchas propuestas de grandes fondos y desembolsos, pero todo de estados. El sector privado está totalmente replegado, siendo el sector que concentra la mayor riqueza mundial. Está absolutamente replegado a la expectativa, sin dar garantías de seguridad y estabilidad laboral y salarial. Los estados están asumiendo todos los costos políticos operativos y materiales para dar respuesta a esta crisis. Cuando termine la pandemia las empresas van a querer que siga todo igual, con estados mínimos que no tiene dinero, asumiendo todos los riesgos que devienen de estas crisis, que cada vez van a ser más frecuentes, y los privados van a seguir concentrando capital y jugándolo en paraísos fiscales, sin pagar impuestos. 

Entonces hay que ponerle el cascabel al gato, y esta crisis tiene que generar una nueva tensión entre estado y sector privado que se resuelva por una nueva forma de regulación, una nueva forma de apropiación del excedente, de establecer que hay servicios que son esenciales y que requieren de una supervisión y coordinación y conducción permanente por parte de los Estados. Uno puede notar en temas como la conectividad, producción de bienes esenciales, atención médica privada y asistencial. Esto de solo recaudar dinero de los Estados y repartir no se resuelve.  

A lo largo de la historia, la mayoría de las transiciones hegemónicas y los cambios de sistema no se dieron de forma pacífica y armoniosa, sino a través de largas crisis y guerras. La especulación financiera, la disputa hegemónica, la desmesurada concentración de la riqueza, el estancamiento de la economía real, el hambre y, por último, las pandemias ponen nuevamente a las naciones del mundo bajo la idea de llevar adelante “economías de guerra”. Una guerra que todavía no fue declarada formalmente, pero que todos saben que existe. Es decir, los Estados toman medidas excepcionales en momentos de enfrentamientos, realizan sacrificios para superar estas situaciones críticas. Sin embargo, no todos lo resuelven de la misma forma: la guerra algunos la hacen hambreando a su pueblo para garantizar los intereses de los poderosos y otros deciden hacerla uniendo al pueblo para garantizar un orden justo donde todos tengan trabajo, educación, comida y salud.

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