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El año que vivimos en zozobra

Por Gabriel Cortés

No todos se dan cuenta que estamos en 2018. Invito al/la lector(a) que haga el siguiente ejercicio: trate de ubicarse mentalmente hace cinco años, en junio de 2013, recordando lo que era el mundo en ese entonces. El Presidente de EE.UU., Barack Obama, por ejemplo: luego de anunciar su Plan de Acción sobre el Clima, con el objeto declarado de liderar el esfuerzo internacional para mitigar los efectos del cambio climático y reducir las emisiones de carbón, viajó a la Cumbre del G-8 en Irlanda del Norte para discutir un gran acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea. Imagine si le hubieran dicho en ese entonces, en ese mundo, la siguiente frase:

Luego de desairar a los demás participantes con la implantación de nuevas barreras arancelarias para sus productos, el Presidente de Estados Unidos, el empresario y estrella de reality Donald Trump se retiró apresuradamente de la Cumbre del G-7 en Canadá, no sin antes llamar al anfitrión “débil y deshonesto” y negarse a firmar el comunicado consensuado. ¿El motivo de tanto apuro? Una reunión con Kim Jong-un en Singapur, clasificada posteriormente por Trump como “realmente fantástica”.

 

Independientemente de cualquier calificación o valoración, siempre subjetivas, usted lector(a) no podrá negar que esa persona que era usted hace cinco años no hubiera tenido las herramientas necesarias para entender esa frase: de hecho, ninguno de los conceptos podría ser derivado de un escenario de “futuro posible” en ese momento. El autor Daniel Gilbert en su libro “Tropezar con la Felicidad” explica que cuando se proyecta el futuro, invariablemente tiende a ser más parecido al presente que lo que finalmente termina siendo, pero las desviaciones hoy en día parecen mucho más profundas. Pensando únicamente en las formas, hay muchos casos de reuniones cumbres entre potencias rivales a lo largo de la historia para tomar de precedente.

Volviendo más atrás en el tiempo, al año 1986, cuando se realizó en Islandia una cumbre entre los EEUU y la URSS, Reagan y Gorbachev. El adolescente que era yo en ese momento y que en sus primeras salidas al cine con amigos había visto películas como “Juegos de Guerra” o “El Día Después” (The Day After), que no entiende bien el por qué pero sí entiende que esos dos hombres tienen la capacidad de destruir al resto del mundo, a todos nosotros. Si bien a esa edad uno no piensa muchos en cuestiones internacionales y el interés es más barrial, la recuerdo como una de las primeras noticias internacionales que me llamó la atención. Además de las películas, debe haber influido “Viaje al Centro de la Tierra” de Julio Verne, que me hizo saber que existía en el mundo un lugar llamado Reikiavik. Revisando papeles públicos y desclasificados de esa época, uno observa las discusiones de los líderes, la preparación, la obvia desconfianza mutua entre élites de dos potencias que vienen de cuatro décadas de guerra fría. En su “Aló Presidente” a la Nación una semana antes de la cumbre, Reagan comentó que en su reunión con Gorbachev del año anterior le dijo que en su opinión “la desconfianza (entre nuestras naciones) surge del historial soviético de tratar de imponer su ideología y su gobierno a los demás”.

La realización de la cumbre entre EEUU y Corea del Norte tomó al mundo desprevenido, ya que en los meses anteriores al anuncio los líderes de ambas naciones habían intercambiado acusaciones de alto tono político, como ser “viejo lunático”, “gordo retacón”, “mi botón es más grande que el tuyo… y funciona”, “Rocket Man”, “Fuego y Furia”, “mentalmente trastornado” y así por delante.

Un punto que llama la atención revisando material disponible en internet sobre la cumbre de Reikiavik, incluyendo transcripciones de las reuniones y de decenas de reuniones preparatorias tanto de nivel político como técnico entre Reagan o Gorbachev y sus respectivos asesores y burócratas es el nivel de detalles de las discusiones sobre desarme. Las discusiones pasan por distintos tipos de armamentos, sus potencias, niveles de carga y alcance, detalles minuciosos que ambos líderes parecen dominar al dedillo en las transcripciones de las reuniones. Cuando le preguntaron a Trump cómo se estaba preparando para su cumbre con Kim, contestó:

 

No creo que tenga que prepararme mucho.

Es más una cuestión de actitud, de voluntad que las cosas salgan.

No se trata de preparación, se trata de si queremos que ocurra o no,

y lo sabremos muy pronto.

 

En algunos años tendremos la oportunidad de revisar documentos y transcripciones y quizá nos enteremos que la discusión entre Trump y Kim incluyó conversaciones de alto nivel de granularidad sobre la situación de seguridad en la península coreana y más allá, pero leyendo el comunicado conjunto, que es una colección de generalidades y compromisos etéreos, eso sería muy sorprendente. Ello no fue obstáculo para que volviendo a casa después de la reunión, “realmente fantástica”, Trump afirmara que:

Hoy todos se pueden sentir más seguros que en el día que yo asumí.

No existe más la Amenaza Nuclear de Corea del Norte…

todos creían que íbamos a terminar en una guerra.

El Presidente Obama dijo que Corea del Norte era nuestro

mayor y más peligroso problema.

Ya no es más – duerman bien esta noche.

Ahora, viendo todo esto, parece que no es simplemente una cuestión de nuevas formas. Parecería que hay algo en la esencia de las relaciones internacionales que cambió. Uno puede pensar que es el derrumbe definitivo del sistema internacional del post-II Guerra, o complementariamente que la pérdida de poder relativo de Estados Unidos condujo a este ejercicio de unilateralismo extremo que implica desairar a todo el sistema de alianzas norteamericano de las últimas siete décadas. O uno puede pensar que hay algo más psicológico en todo esto, que a Trump le resulta más fácil interactuar con los rivales de Estados Unidos que con sus aliados porque su fortaleza está en el acuerdo pero su debilidad está en el compromiso. Sea como fuere, es claro que el conjunto de acciones, declaraciones y twits configura claramente lo que Jeffrey Goldberg definió en The Atlantic como “La Doctrina Trump”:

 

We’re America, bitch.

 

Quizá una enunciación tan clara y directa de una visión de mundo nos ayude a todos a tratar de normalizar una experiencia que hasta ahora ha sido única y excepcional -en un sentido estricto de la palabra- como lo es la administración de Trump. Siempre han habido momentos de unilateralismo y de multilateralismo por parte de las potencias, siempre han habido cambios en la estructura de poder del sistema internacional y esos cambios siempre han traído soluciones y adaptaciones ad hoc. Pero también hay cambios fundamentales, y ese gran comunicador que fue Ronald Reagan nos puede ayudar a entender algo más profundo, con algo que le dijo a su Nación en ese Aló Presidente que les mencioné hace unos párrafos:

 

Como Presidente, yo recibo todo tipo de informes cuando reuniones

 como está son agendadas, pero se me ocurrió hoy cambiar

las cosas y preparar un informe mío para aquellos que creo son

participantes igualmente importantes del proceso de esta cumbre:

ustedes, el pueblo. Yo sé que algunos aquí en la Capital creen que

 el pueblo no tiene capacidad de decidir en materias tan complejas como la política exterior.

 

Hay un claro hilo conductor que lleva de un gran comunicador como Reagan a otro gran comunicador como Obama: el establishment de política exterior, los “técnicos”, negocian comas, palabras, escenarios que el comunicador-en-jefe explica con palabras legas a la población; la idea de que hay consensos en política exterior que quedan fuera de la lucha política partidaria porque responden a “intereses de Estado” que están implícitos y no se revalidan en elecciones. Cualquiera de los cinco presidentes norteamericanos que cubren el periodo 1985-2013 podría haber afirmado la frase anterior. Pero no Trump: él es otra especie. Trump no necesita preparar un informe a la población de sus reuniones sobre materias complejas porque él cree estar desnudando esas materias, llevando a la población al interior de las reuniones y mostrando que nada es tan complejo cuanto parece y que al final del día todo es político y los consensos bipartidarios están para ser desmenuzados cuando existe la voluntad de hacerlo.

 

Una de las estrellas del circo que rodeó a la Cumbre de Singapur fue el

 ex-basketbolista y estrella de reality Dennis Rodman, amigo personal de Trump

 y de Kim, quien viajó a Singapur para comentar la reunión financiado por

PotCoin, una cibermoneda creada para facilitar el comercio de marihuana.

 

Rodman puede ocupar el lugar de diplomáticos o académicos en política exterior, así como Kim Kardashian, otra estrella de reality, puede asesorar al Presidente Trump en materia de política carcelaria. Con su apretón de manos con Kim y esas fotos que dieron vuelta al mundo porque fueron pensadas y tomadas para eso, el imperialismo yanki hecho caricatura que es Donald Trump invita a ese dictador bananero de caricatura que es Kim Jong-un a su reality, firman un comunicado conjunto plagado de vaguedades y que tranquilamente podría haber sido escrito para una serie de Netflix, miran a la cámara y nos interpelan a todos: “¿Vieron que no era tan difícil?”.

Quizá en el fondo la categoría de análisis que nos está faltando para entender este nuevo mundo que nos propone Trump sea justamente la de “estrella de reality”. Reagan era un actor de Hollywood: se supone que estaba acostumbrado a leer guiones, estudiarlos, ensayarlos, hacer las tomas que fueran necesarias hasta que el director estuviera satisfecho con la escena. En un reality el guion es mucho más general e indica grandes temas y direcciones, pero los diálogos no están pre pautados. Más que un actor convincente, se requieren personalidades magnéticas y esa rapidez mental de la chicana permanente y la frase de efecto. Ser actor requiere mucha preparación, acá de lo que se trata es de actitud, de voluntad de que las cosas salgan.

Con el diario del lunes siguiente se pudo decir que la cumbre de Reikiavik fue un fracaso y que las conversaciones sobre desarme colapsaron. Pero con cierta perspectiva, las charlas entre Reagan y Gorbachev en Islandia llevaron a la firma del Tratado INF entre ambas naciones al año siguiente, un compromiso de destrucción de un total de 2700 misiles nucleares. Yendo más lejos, algunos historiadores señalan a la cumbre de Reikiavik como el principio del fin de la guerra fría. Revisando esos documentos, uno percibe la percepción del liderazgo soviético de estar corriendo desde atrás en materia de armamentos y la necesidad de una movida de alto impacto para tratar de cambiar la dinámica. Y del lado del establishment estadounidense, la percepción inversa: de estar adelante y por lo tanto la necesidad de evitar movidas que alteren esa dinámica. Pero en concreto nadie salió de Reikiavik diciendo “Este es el principio del final de la Guerra Fría”.

De la misma manera, hoy no conocemos los resultados definitivos de la Cumbre de Singapur. Sabemos que Trump representa algo nuevo e inédito, pero no terminamos de entender si es más de lo mismo con nuevas formas o si hay elementos que representen una ruptura real con lo viejo, lo anterior. Como todo fenómeno nuevo, te obliga a posicionarte, a mirar la realidad con ojos nuevos y pensar. Sus detractores encontrarán aspectos que confirmen su pesimismo, los defensores encontrarán otros elementos para justificar el optimismo. La diputada y estrella de reality Elisa Carrió comparará a Trump con Hitler; el rapero y Jesús auto-proclamado Kanye West, esposo de la estrella de reality Kim Kardashian, revolucionará a la cultura negra usando un gorro de “Make America Great Again”. Se gastarán ríos de tinta analizando, explicando, tratando de predecir el futuro. Y sin embargo, solo el tiempo y la Historia colocarán las cosas en su debido lugar. Algunas máscaras de lo nuevo se mantendrán, otras se caerán.

Ahora, quiero cambiar el foco de este artículo. Si nos movimos en el tiempo, hacia el pasado y de vuelta al presente, nos toca corrernos espacialmente, acercarnos a nuestra geografía, como le dicen a estas pampas los economistas neoliberales, al Arquiducado de Peronia. Haga el esfuerzo para ubicarse mentalmente en junio de 2013, en las tinieblas del populismo. Lo puedo ayudar con algunos recordatorios de esa época. Luego de una corrida cambiaría que había llevado al dólar blue a 10 pesos en mayo, el “polémico” Moreno pegó un par de gritos, impuso controles más estrictos y lo estabilizó en 8,60. Macri conversaba con De Nárvaez sobre el mantenimiento (o no) de su alianza. Massa fundaba el Frente Renovador. ¿Otro mundo?

Todos sabemos lo que pasó después. Vino el cambio. Como todo fenómeno nuevo, te obliga a posicionarte, a mirar la realidad con ojos nuevos y pensar. Sus detractores encontrarán elementos que confirmen su pesimismo, los defensores encontrarán otros aspectos para justificar el optimismo. Nadie es indiferente al cambio: la oficialista Carrió dijo que están salvando a la República, un colectivo de actores, actrices y estrellas de reality dijo que la patria está en peligro. Se gastaron ríos de tinta analizando el cambio. Algunos periodistas (¿bien remunerados?) nos explicaron que el gobierno había encontrado la fórmula mágica para eludir los costos políticos. Editorialistas e incluso opositores declararon el fin de la historia y el fin de la realidad. Veinte años de crecimiento, el desarrollo como función de la voluntad. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes? Si todos los argentinos gritamos en unísono “Queremos Ser Un País Desarrollado”, vamos a salir de Venezuela y alcanzar el Primer Mundo.

 

Veníamos bien pero de golpe pasaron cosas.

 

Primero fue el hecho de que no todos los argentinos habíamos gritado en unísono. Así que se hizo un esfuerzo muy grande para que nadie dejara de gritar el mantra mágico en el mismo preciso instante. “Queremos Ser Un País Desarrollado”. Después nos explicaron que el problema es que no todos habíamos tenido la suficiente convicción, para que el truco funcione tiene que existir una voluntad sincera, como el acto de amor verdadero que puede descongelar a Anna en Frozen.

Fast forward a junio de 2018. 7 de junio. A la mañana se anuncia que el Ministro de Economía y el Presidente del Banco Central brindarán una conferencia de prensa a las 17:00 para informar sobre el acuerdo con el FMI. Luego de todo un día de zozobra, versiones, volatilidad, la conferencia pasa para las 19:00 horas. Durante más de una hora, los canales de noticias muestran las sillas vacías mientras llenan el espacio con especulaciones. Un gobierno que durante dos años y medio manejó a fierro y fuego la comunicación, cada mensaje y cada aparición guionadas hasta el más mínimo detalle se deshilacha frente a nuestros ojos. Miramos atónitos la pantalla porque sabemos lo que está pasando: los funcionarios están esperando la autorización del FMI para decir lo que tengan que decir. Luego de una larga espera, entran los funcionarios y ya de entrada nos anuncian que tienen muy buenas noticias para darnos y que están muy contentos.

Este es un nuevo Fondo, aprendió de sus errores. Vemos a un Presidente invitado a una cumbre del G-7 en Canadá buscando desesperadamente una foto con una funcionaria de organismo internacional para “tranquilizar a los mercados” con la comprobación empírica de que volvimos al mundo. Quiero dejar muy en claro que este programa fue diseñado por Argentina y estamos convencidos de lo que estamos haciendo. Observamos a un Presidente del Banco Central “con credenciales académicas impecables” que decide aplicar una estrategia de intervenciones controladas por las mañanas y libre flotación por las tardes. Los mercados piden la remoción de la autoridad monetaria y una reducción en el número de Ministerios. Con el mismo énfasis que se comprometió a la independencia plena del Banco Central el gobierno intervino en la institución echando a su Presidente y nombrando a un Ministro en su lugar. La crisis cambiaría es lo mejor que nos podía haber pasado.

Los fenómenos nuevos te llevan a posicionarte, a pensar, tienen ese costado fascinante de lo nuevo y la incertidumbre de no saber bien hacia dónde conducen. Uno puede incluso temer al futuro o creer que el camino es el equivocado, pero uno no lo sabe, el futuro aún es una gran incógnita: el reality como razón de estado es algo demasiado nuevo para predecir su futuro. Pero muy de vez en cuando la máscara de lo nuevo se cae, Y cuando esa máscara se cae y uno puede ver desnudada la esencia de un proceso histórico, la fascinación de lo nuevo se desvanece: sin el disfraz del cordero, el lobo es solo un lobo.

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