Por Mariela Cuadro
El 5 de junio de 2017, en un movimiento de impactante radicalidad, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Egipto retiraron sus respectivos embajadores de Qatar e impusieron un bloqueo terrestre y aéreo sobre el emirato. El argumento esbozado fue el supuesto apoyo de Qatar al “terrorismo” y su acercamiento al enemigo por antonomasia del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG): Irán. Si bien el conflicto entre los socios es de larga data y puede remontarse al año 1995 cuando el padre del actual emir qatarí derrocó al suyo para quedarse con el trono, a partir de los levantamientos árabes comenzados en Túnez en diciembre de 2010, la relación de los países del Golfo se ha tensado hasta un punto de no retorno.
Desde la llegada del sheikh Hamad bin Khalifa al Thani al trono de Qatar, contradiciendo las recetas realistas, Doha ha buscado ser un actor de peso en la región de Medio Oriente. Sus principales armas: el gas natural licuado que le devuelve cuantiosas sumas de dinero, una política de ciudadanía muy restrictiva y la corporación mediática Al-Jazeera. Fue precisamente a través de esta última que, durante las elecciones que siguieron a los levantamientos árabes, Qatar apoyó a las distintas expresiones nacionales de los Hermanos Musulmanes. Ya que esta organización política es considerada enemiga de las monarquías tanto saudí como emiratí, el apoyo qatarí fue concebido como una declaración de guerra. En este contexto, y una vez que los Hermanos Musulmanes fueron derrocados mediante un golpe cívico-militar en Egipto, se explicitó el primer quiebre importante entre los vecinos.
Sin embargo, éste se recompuso con la llegada del nuevo rey saudí Salmán bin Abdulaziz. No obstante, sería una recomposición meramente estética puesto que el conflicto entre los socios del Golfo se replicaba en distintos escenarios del mundo árabe, contribuyendo a la situación caótica que aún hoy pervive. Así, cada uno de los conflictos que aquejan a la región tiene como uno de sus factores el apoyo de estos países a distintas facciones enfrentadas: Siria, Yemen, Libia, Palestina, Egipto.
No habiéndose solucionado el conflicto de fondo -que requeriría que Qatar opte por abandonar su política autonómica respecto del CCG-, Doha comenzó a acercarse a Turquía con quien compartía, además, la misma agenda de apuesta al islamismo democrático como fuerza dominante en el nuevo mapa de Medio Oriente. De esta manera, en 2015 Qatar y Turquía establecieron el Comité Estratégico Supremo que supone reuniones frecuentes entre los mandatarios de ambos países. Entre los puntos a destacar de este Comité se encuentra la intensificación de los lazos militares entre ambos países. Ésta permitió la instalación de una base militar turca en suelo qatarí donde se desplegó material militar sólo unos días después de comenzado el conflicto. El cierre de esta base es uno de los 13 puntos que sus vecinos del Golfo le exigen a Qatar como condición para reanudar relaciones.
La novedosa estratégica relación de Qatar con Turquía también implicó que Doha pudiera sortear el bloqueo al que sus vecinos lo confinaron. Efectivamente, el conflicto no sólo supuso un aislamiento político sino también uno territorial. Teniendo en cuenta que la única frontera por tierra que tiene Qatar es con Arabia Saudita y su consiguiente dependencia de las importaciones de alimentos desde este país, el bloqueo amenazó con causar desestabilización interna que podría ser utilizada por tribus qataríes descontentas con la distribución de cargos y funciones al interior del emirato. Si la escasez no ha sido hasta el momento un problema para Doha, esto ha sido gracias a los aviones con alimentos enviados por Ankara, incrementando de manera exponencial las exportaciones de Turquía a Qatar. No obstante, esto generó también un impacto en el precio de los alimentos que sufrieron una suba palpable. Para establecer una nueva ruta por tierra, Irán fue sumado al nuevo tándem de cooperación.
De esta manera, existe la posibilidad de una reconfiguración de las relaciones de alianzas en Medio Oriente que implicaría la ruptura del CCG y que armaría un nuevo frente en el que colaborarían Qatar, Turquía e Irán. Si bien las relaciones entre Doha y Ankara están en su mejor momento, la relación con Teherán es más incierta. A pesar de que Qatar e Irán tienen una historia de cooperación puesto que comparten el campo de gas South-North Pars Dome y se ha evidenciado un claro mejoramiento de las relaciones entre ambos países, una alianza requiere tiempo. Por otra parte, Irán ha sido declarado por la administración Trump como uno de sus enemigos, retirándose del acuerdo nuclear que el ex Presidente Barack Obama firmara en 2015 y anunciando la reimplantación de sanciones económicas contra el país persa. Al mismo tiempo, Estados Unidos tiene una muy importante base militar en Qatar perteneciente al Comando Central de dicho país que ha servido a la potencia norteamericana para llevar a cabo cada una de sus operaciones de intervención en la región desde la década del 90s del siglo pasado.
Esta base es tan importante para Estados Unidos como lo es para Qatar, puesto que es un fuerte reaseguro contra una posible intervención militar por parte de Arabia Saudita y EAU quienes están entrenando a sus fuerzas en Yemen. En este sentido, Turquía e Irán no generan el mismo efecto de seguridad en la familia Thani que la base estadounidense. Mientras ésta se mantenga, Qatar no debería preocuparse. Sin embargo, al abrir el plano, Turquía (también anfitrión de una base militar -en este caso de la OTAN-) aparece en un momento de fuerte enfrentamiento político y comercial con Estados Unidos que ha derivado en problemas económicos para el país. Qatar ha decidido jugar a favor de su aliado, anunciando una inversión de 15 mil millones de dólares que, se espera, atenúe la debacle económica. Este movimiento no es menor puesto que indica una política afirmativa por parte de Doha que, al momento de tener que elegir entre Estados Unidos y Turquía, no ha dudado en colocarse junto a su “hermano”.