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Estilo tecnológico

Por Erica Carrizo. Directora Nacional de Proyectos Estratégicos del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación.

Nota: Este texto originalmente fue comisionado como una entrada para el Glosario de Filosofía de la Técnica -título tentativo-, coordinado por Diego Parente, Agustín Berti y Claudio Célis Bueno, y que será publicado en 2021 por Editorial La Cebra, Buenos Aires.

La noción de estilo de desarrollo, científico y tecnológico, fue uno de los ejes estructurantes de los debates que protagonizó e impulsó el movimiento que hoy conocemos como “Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo” (PLACTED) emergido en América Latina a fines de 1960 y principios de 1970.

Podríamos considerar a un estilo como un modo de hacer característico de distintos objetos de la cultura o comportamientos sociales, y perceptible en ellos, que permite advertir cierta condición de unidad. El mismo, expresa las relaciones no causales entre las formas de desarrollo que adoptan diversas colectividades –países, regiones, pueblos, comunidades– y sus respectivas formas científicas y tecnológicas, de comunicación, de consumo, de trabajo, de acción política, artísticas y culturales.

En este marco, la noción de estilo tecnológico, que refiere entonces a las distintas formas en que las tecnologías hacen, no puede analizarse obviando sus elementos condicionantes: sus sistemas de referencia y sus fines, los cuales condicionan los qué, los cómo y los para qué hacer.

El inicio de la modernidad, entendida como una serie de cambios que ocurrieron en el mundo sometido al dominio europeo desde fines del siglo XV, fue un hito fundante del sistema de referencias que formateó la noción hegemónica –y por eso tradicional o convencional– del desarrollo tecnológico de la sociedad occidental moderna instalada desde entonces, y que lleva implícitas las ideas de dominio de la naturaleza, progreso, crecimiento económico, agregado de valor a la producción y creación de nuevos mercados.

La vinculación no azarosa de estas ideas como partes indisociables de una fórmula inapelable, fue el resultado de varios procesos simultáneos. Por un lado, la consolidación a nivel global del capitalismo como estilo de desarrollo dominante, asentado en una concepción de la ciencia entendida como una práctica caracterizada por su vínculo con la verdad, por la necesidad de sus resultados, la inevitabilidad de su desarrollo, y por la validez universal y neutralidad de sus productos. Y de la tecnología, como un conjunto de prácticas y conocimientos de base científica capaces de aplicar soluciones técnicas a problemas prácticos de forma sistemática y racional. La productividad, el dominio y la destrucción creciente de la naturaleza subyacentes a esta concepción de tecnología, históricamente fueron vistos como pasos obligatorios y necesarios para proporcionar a las sociedades una vida más confortable.

Sin embargo, la contracara de la expansión del capitalismo, de su estilo de desarrollo, y de sus formas de entender a sus procesos científicos y tecnológicos característicos, expansión que se aceleró a partir de la colonización de América y al inicio de sus procesos de “acumulación por desposesión” aún en curso, implicó la anulación de diversos proyectos históricos originarios alternativos al del capital, y con ellos, de sus valores, aspiraciones, lenguajes, formas de registro y cosmovisiones. Una de las consecuencias poco exploradas de esta anulación, fue la cancelación de “otras” formas de entender la vinculación entre los saberes científicos, comunitarios, artesanales y técnicos con las diversas nociones de bienestar social, económico, y ambiental propias de estos proyectos.

Esta expansión, y a la vez, anulación simultánea de procesos, alimentaría la hegemonía del estilo tecnológico occidental, capitalista y moderno sustentado en una concepción racionalista de la tecnología que paulatinamente pasaría a centrarse, casi exclusivamente, en la mejora de los procesos productivos. Concomitantemente, el desarrollo de la tecnología se asociaría a una evolución lineal consecuencia del desarrollo natural e inevitable del conocimiento científico, como si su avance dependiera exclusivamente de una especie de código genético propio, relativamente independiente de la sociedad que la rodea y de los valores que ésta reafirma.

No obstante, esta hegemonía y sus procesos de subalternización intrínsecos, más que la aplicación del criterio de racionalidad expresan la imposición de una forma oculta de dominio político que también lleva la marca de la modernidad. Una de sus consecuencias más manifiestas, fue la sustracción de la trama social de intereses e ideologías que orienta la selección de las estrategias, las tecnologías que se utilizan y los sistemas de referencias que se instauran. Dominio político que al imponer estilos tecnológicos, a la vez, subrepticiamente impone estilos de desarrollo.

La naturalización e institucionalización de este estilo tecnológico hegemónico, vinculado a un sistema de referencia pretendidamente global, políticamente neutral, desterritorializado, desculturalizado y eminentemente productivista, derivó en la marginalización e invisibilización de otras concepciones posibles del desarrollo tecnológico como son aquellas identificadas bajo las denominaciones de “tecnologías apropiadas”, “tecnologías sociales” o “tecnologías situadas” las cuales, si bien con sus diferencias de perspectiva, posicionan a los contextos “no globales” como elementos definitorios para el diseño, la implementación y la apropiación de tecnologías orientadas a responder a los propios fines, necesidades y problemáticas de una comunidad dada.

 En este sentido, es importante notar que la predominancia o marginalidad de las categorías lingüísticas que utilizamos para referirnos a la tecnología, también expresa la cartografía del campo de batalla cultural: mientras la tecnología hegemónica se identifica como “la” tecnología a secas, aquellas que ponen en tensión sus fines y métodos, han tenido que identificarse diferenciándose mediante procesos de adjetivación –apropiadas, sociales, situadas–. Al mismo tiempo, estos adjetivos nos llevan a preguntarnos: ¿acaso existen tecnologías que no sean apropiadas por ciertos sujetos sociales, que no se sitúen en determinados contextos territoriales y socio-históricos, y que no sean influenciadas por las sociedades en las que se desarrollan? Aparentemente, no. ¿Por qué entonces estas dimensiones quedan habitualmente ocultas cuando hablamos de “la” tecnología?: porque llega un momento en que los intereses, valores y fines de lo hegemónico no necesitan nombrarse, operan principalmente a través del silencio, en lo no dicho, y de ahí su eficacia. Por esto mismo, es importante reconocer la potencialidad de los discursos para exponer los supuestos no nombrados a través de los cuales opera lo dominante, ya que si bien aquellos transportan el poder y lo refuerzan, también pueden ser obstáculos, puntos de resistencia y de partida para estrategias opuestas.

Esas relaciones de poder e intereses implícitos en cualquier tecnología, también expresan lo que se considera relevante resolver a través de ella. Dado que la relevancia es una característica dinámica y fuertemente contextual, no existe una fórmula universal estática para determinar si un problema es relevante o no, lo cual también aplica a la solución tecnológica que se diseña para resolverlo. ¿Pero por qué entonces el carácter dinámico y parcial de la relevancia? Primero, porque ésta es una categoría vinculada a las concepciones en las que un grupo social dado se apoya para diferenciar entre lo que considera importante resolver y lo que no, y por lo tanto, varía en función del contexto territorial, temporal y cultural analizado. Segundo, porque no todos sus miembros tienen las mismas posibilidades de impregnar sus intereses en las decisiones que se consideren pertinentes impulsar. Tercero, porque lo que dicho grupo social considere hoy relevante resolver puede no serlo mañana. La impredecibilidad de los rumbos posibles de los proyectos históricos, hace necesario reconocer el carácter contingente de sus fines, aspiraciones y problemas, lo cual también debe reflejarse en las soluciones tecnológicas que se decidan construir y aplicar.

Es esta contingencia la que da cuenta de la performatividad de los estilos tecnológicos, es decir, de la construcción de la identidad propia en el ir haciendo. Esta construcción se debate entre dos causes principales: la repetición forzosa de la norma que responde a los patrones y las restricciones que impulsan y sostienen los estilos tecnológicos hegemónicos, o bien, la construcción de identidades particulares, también a través de la tecnología, que resulta del ejercicio del derecho de las diversas colectividades y otredades a encontrar lo que son y todo lo que pueden llegar a ser.

Referencias bibliográficas:

  • Foucault, M (2014 [1976]) Historia de la sexualidad 1: la voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
  • Habermas, J. (1986) Ciencia y técnica como «ideología». Madrid: Tecnos.
  • Herrera, Amílcar (s/f) “Desarrollo, tecnología y medio ambiente”, Conferencia en la oficina México del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Primer Seminario Internacional sobre Tecnologías Adecuadas en Nutrición y Vivienda.
  • Rivera, S. (2013) Alternativas epistemológicas. Axiología, lenguaje y política. Buenos Aires: Prometeo.
  • Segato, R. (2015) Crítica de la colonialidad en ocho ensayos. Y una antropología por la demanda. Buenos Aires: Prometeo.
  • Steimberg, O (1998) “Género/estilo/género” en Semiótica de los medios masivos. Buenos Aires: Atuel.
  • Varsavsky, O. (2013 [1974]) Estilos Tecnológicos. Propuestas para la selección de tecnologías bajo racionalidad socialista. Buenos Aires: Ediciones Biblioteca Nacional. Colección PLACTED. Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y Biblioteca Nacional.
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