Autor: Gabriel E. Merino1
El pasado 24 de febrero se cumplió un año desde el inicio de la “intervención militar especial” sobre Ucrania dispuesta por Rusia. La incursión de las fuerzas armadas rusas aparece como el aniversario de la guerra entre Rusia y Ucrania. ¿Pero esto es así? En parte.
Es cierto que a partir de esa fecha el enfrentamiento entre Moscú y Kiev pasó a ser directo, bajo la forma aparente de una guerra convencional entre estados, con tropas rusas invadiendo a un estado enemigo. Pero en realidad el enfrentamiento bélico en dicho territorio comenzó en 2014, cuando las fuerzas políticas y militares pro-rusas del Sur y del Este ucraniano —donde es predominante la lengua y la cultura rusa— comienzan a levantarse apoyadas por Moscú contra la instalación de un gobierno pro-occidental en Kiev auspiciado por Estados Unidos y la OTAN, luego del golpe del Euromaidán y la destitución del presidente Víktor Yanukóvich del Partido de las Regiones el 24 de febrero de ese año. En el Donbás, de donde provenía, Yanukóvich había obtenido el 90% de los votos en 2010, lo que contrastaba con los resultados de las provincias occidentales. Si lo observamos de esta manera, la guerra lleva 9 años, y antes de la “intervención militar especial” de Rusia se había cobrado 14.000 víctimas fatales, en su mayor parte de las poblaciones filo-rusas, que denunciaban persecuciones sistemáticas por parte de grupos neonazis que pasaron a formar parte de la estructura estatal luego de febrero de 2014, e incluso acusan de genocidio a Kiev.
A partir de abril de 2014 la guerra indirecta entre la OTAN y Rusia es clara. Se despliega en gran parte de los países de la ex Unión Soviética o en órbita de influencia directa de Rusia y, también, bajo la forma de guerra económica a través de sanciones, guerra de propaganda y otros frentes, dando lugar a un nuevo momento en la crisis del orden mundial y la transición geopolítica contemporánea. Sobre esta crisis y transición, comienza a desarrollarse una Guerra Mundial Híbrida.2
Sin embargo, también podemos remontarnos a abril de 2008 para observar el inicio del conflicto, cuando el presidente de los Estados Unidos, G. W. Bush, anunció formalmente en la cumbre de la OTAN en Bucarest la intención de que Georgia y Ucrania ingresen a la alianza. A los pocos meses, en agosto, se produce la guerra ruso-georgiana, que fue un anticipo de lo que ocurriría en Ucrania. En este sentido, un aspecto central para entenderlo es la capacidad de Rusia como potencia euroasiática re-emergente luego de la debacle de los años noventa —cuyo colchón estratégico es China y cuenta con un mapa del poder crecientemente multipolar que le es favorable— para frenar el avance de la OTAN no sólo en Ucrania y Georgia, sino también enfrentarse a los planes del Occidente Geopolítico en Siria y Medio Oriente.
Más atrás en el tiempo, se puede considerar el inicio de la expansión de la OTAN entre 1997 y 1999 como el comienzo del conflicto con Rusia. Un hecho clave fue la guerra unilateral de la OTAN contra Yugoslavia, sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de la ONU, y el bombardeo de Belgrado durante casi tres meses en defensa de la población de Kosovo y su derecho a la autodeterminación, principio que hoy se le niega a las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk en Ucrania, en nombre del principio de integridad territorial que entonces ignoraron en los Balcanes.
Con el avance de la alianza atlántica decidido en 1996 e iniciado 1997, aprovechando la situación de extrema debilidad de Rusia, importantes analistas previeron el conflicto estructural que esa política iba a generar, quebrando la promesa de “ni una pulgada hacia el este (de Alemania)” asumida por Estados Unidos y aliados en los acuerdos de Mijáil Gorbachov. George Kennan, el destacado diplomático estadounidense, protagonista durante la Guerra Fría en la política de “contención” a la URSS, afirmó entonces que:
“Expandir la OTAN sería el error más fatídico de la política estadounidense en toda la era posterior a la Guerra Fría. Se puede esperar que tal decisión estimule las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en la opinión rusa; tener un efecto adverso en el desarrollo de la democracia rusa; restaurar la atmósfera de la Guerra Fría en las relaciones Este-Oeste e impulsar la política exterior rusa en direcciones que decididamente no son de nuestro agrado” (G. Kennan, “A fateful error”. New York Times, February 5, 1997)
Quizás el origen del conflicto Rusia-OTAN y de la guerra en Ucrania —en tanto territorio clave en disputa— lo podemos encontrar en las palabras del destacado neoconservador estadounidense Paul Wolfowitz (subsecretario de defensa 2001-2005 y presidente del Banco Mundial 2005-2007), escritas a los pocos meses de la caída de la Unión Soviética y de la formación del estado ucraniano:
“Ahora nuestra política [después de la caída de la Unión Soviética] debe centrarse en impedir la aparición de cualquier potencial competidor global futuro (…) Como Rusia seguirá teniendo un fuerte poder militar en Eurasia, es necesario debilitar su posición geopolítica de forma permanente e irrevocable. Debemos hacer esto antes que esté en condiciones de recuperarse, por lo tanto, tenemos que atraer a la órbita occidental a todos los Estados que la rodean y que anteriormente fueron parte de la Unión Soviética o que eran parte de su esfera de influencia.” (Wolfowitz, New York Times, 8 de marzo de 1992).
Desde febrero de 2022 la guerra en Ucrania escaló a un nuevo nivel y formato, en línea con un nuevo momento geopolítico mundial de agudización de las contradicciones sistémicas que se disparó a partir de la Pandemia, entre las que se incluyen una creciente competencia Inter-estatal que media las luchas entre fuerzas político sociales y la competencia Inter-empresarial. La guerra en Ucrania es expresión de un conflicto estructural, tanto regional -Rusia vs. OTAN- como mundial -polos de poder emergentes/orden multipolar vs polo hegemónico/orden unipolar-. La guerra se inicia, en realidad, en 2014 aunque a partir del año pasado se produce un cambio cualitativo que impacta profundamente en el conjunto del sistema. Pero el conflicto como tal tiene como punto de partida la expansión de la OTAN desde 1997, cuya concepción comienza desde 1992 con la caída de la URSS.
La guerra en Ucrania como una articulación de conflictos
Como es habitual en los últimos siglos, hoy se vive nuevamente una guerra en Europa. La Gran Llanura Europea y el Mar Negro, bisagras de Eurasia, vuelven a ser territorios claves en la disputa de poder regional y mundial. Se trata de un conflicto que articula, en primer lugar, una fractura constitutiva y secular del Estado ucraniano, en situación de empate catastrófico, que como ya advirtiera Henry Kissinger en 2014, cualquier intento de algunas de las partes —la pro-occidental y la pro-rusa— por dominar a la otra, conduciría a una guerra civil o a una ruptura.
En segundo lugar, una puja interestatal entre Moscú y Kiev que tiene como clave la creciente influencia rusa en parte del espacio post-soviético y la orientación pro-occidental de las fuerzas dominantes en Kiev post-2014, a partir del Euromaidán y el golpe contra el gobierno de Víktor Yanukóvich, luego de que este rechazara un acuerdo con la Unión Europea y avanzara en acuerdos con Rusia, con una baja sensible del precio del gas y un préstamo de 15.000 millones de dólares desde Moscú. De fondo, este enfrentamiento interestatal expresa un conflicto regional en relación a la crisis del sistema de seguridad europeo a partir de la expansión de la OTAN iniciado en 1997, y la capacidad de la Federación de Rusia de frenar este proceso a partir de 2008 (guerra de Georgia), produciéndose un choque de estrategias antagónicas con 25 años de despliegue: la expansión atlantista globalista versus el nacionalismo eurasianista ruso.
En tercer lugar, resulta central observar la dimensión mundial del conflicto. La guerra en Ucrania expresa un conflicto sistémico entre, por un lado, las fuerzas dominantes del viejo orden mundial, construido bajo la hegemonía anglo-estadounidense, cuyos grupos de poder fundamentales y clases dirigentes —en cuyo vértice se encuentran las redes financieras globales con centro en Wall Street y Londres— se niegan a perder la primacía mundial y a aceptar una nueva distribución del poder mundial. Y, por otro lado, las fuerzas y poderes emergentes que, bajo diferentes proyectos nacionales de desarrollo y estrategias de poder, se enfrentan a dicha hegemonía en crisis y presionan por un nuevo orden que implique una redistribución del poder y la riqueza mundial. Simboliza esta tensión el clivaje entre el viejo G-7 (grupo de viejas potencias dominantes del Norte Global) y los BRICS (grupo de poderes emergentes conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
En este caso en particular, está en juego el proyecto eurasianista ruso que, luego de la reconstrucción del poder nacional-estatal durante la era Putin y su fortalecimiento relativo, logró recuperar parte de la influencia perdida en el espacio post-soviético, establecer asociaciones euroasiáticas y globales que refuerzan el avance hacia un mapa de poder mundial multipolar, y construir un bloque como la Unión Económica Euroasiática (UEEA) para volver a constituirse como una importante potencia mundial.
Premisas geoestratégicas fundamentales que se juegan en el conflicto por parte de cada sector
Es importante para entender la guerra en Ucrania y su dinámica más estructural observar algunas de las premisas geoestratégicas que operan en las voluntades en conflicto, las cuales se desprenden de los códigos geopolíticos de las fuerzas en pugna.
Por el lado de las fuerzas dominantes polo de poder anglo-estadounidense, donde la clave para asegurar la primacía mundial es mantener el dominio de Eurasia, como observa Zbigniew Brzeziński. Para ello resulta fundamental:
1. Asegurar la cabeza del puente euroasiático, que es Europa; sin ello los Estados Unidos quedarían fuera del principal tablero geopolítico mundial, Eurasia. Por lo que debe impedirse una autonomía estratégica de dicha región, debe mantenerse la OTAN conducida por Washington y Londres, y la ocupación militar de Alemania y Europa aunque ya no exista la URSS.
2. Rusia con Ucrania puede aspirar a ser nuevamente una potencia mundial, mientras que sin Ucrania sería sólo una potencia regional y centralmente asiática, dañando profundamente la posición geopolítica del Estado que domina el corazón continental al perder su influencia decisiva en el Mar Negro (y con ello en el Mediterráneo), además de abrírsele un frente indefendible en la llanura europea, en donde en los últimos cuatro siglos cada 30 años tuvieron que enfrentar grandes incursiones occidentales. Además, Moscú quedaría a poquísimos minutos de alcance de los misiles de la OTAN. Para esta visión, ya no se trata sólo de dominar los océanos y el Rimland (o los márgenes de Eurasia) para contener al espacio medio, sino que la clave es avanzar en el Heartland, debilitando estructuralmente al Estado principal de ese espacio, eliminando su capacidad de reconstruirse como gran jugador en el tablero del poder mundial.
3. Debe impedirse una integración Euroasiática entre Alemania y Rusia, que pueda dar lugar a una alianza que prevalezca sobre el mega continente. Por ello resulta clave, por ejemplo, reducir la interdependencia económica entre ambos estados y el abastecimiento energético ruso en particular /o procurar que este se realice a través de estados tapón y no en forma directa, como los Nord Stream. En este mismo sentido, debe impedirse en general que un Estado o una alianza entre Estados domine Eurasia.
La respuesta a las primeras formulaciones de la expansión de la OTAN es el desarrollo de la “doctrina Primakov” en 1997 (en alusión al entonces canciller de Rusia) y el desarrollo del nacionalismo eurasianista en contraposición al liberalismo atlantista. Algunas de sus premisas fundamentales son:
1. Defensa del multilateralismo frente al unilateralismo de Estados Unidos y la OTAN, y la apuesta a la construcción de un orden multipolar frente a la hegemonía estadounidense-atlantista y el orden unipolar.
2. Mantener la influencia político-estratégica de Rusia en el exterior cercano —las ex repúblicas soviéticas y países del Pacto de Varsovia con vínculos históricos y presentes con Moscú y en donde viven importantes poblaciones rusas— tendiendo a la conformación de un bloque euroasiático. También resulta importante mantener la influencia en Medio Oriente y el Mediterránea, en donde se destaca la posición en Siria.
3. Promover una alianza entre Rusia, China e India como un triángulo estratégico para contrabalancear el poderío estadounidense.3 También incluye a Alemania en las alianzas donde desarrollar la geoestrategia eurasianista rusa.
De desequilibrar y sobre-extender a Rusia. Su impacto mundial
En mayo de 2019, se conoció el informe de un importante centro de pensamiento estadounidense, RAND Corporation, estrechamente ligado al Pentágono y con importante influencia tanto ahora como en la Guerra Fría. Allí se aconsejaba golpear a Rusia a partir de sobreextender y desequilibrar su economía y su esfuerzo militar, así como también debilitar la posición política del “régimen” en el país y en el extranjero.4 Bajo la máxima de que Rusia nunca es tan fuerte ni tan débil como parece, el “think tank” analiza en dicho documento un conjunto políticas a seguir contra Rusia propias de la guerra híbrida actual, con sus costos y beneficios, muchas de las cuales ya se venían ejecutando: expandir la producción energética de los Estados Unidos para bajar los precios y así estresar la economía rusa, profundizar las sanciones económicas, disminuir la dependencia energética de Europa con Rusia, fomentar la emigración de su mano de obra calificada, socavar la imagen de Rusia en el extranjero y proporcionar ayuda letal a Ucrania (financiar a Kiev en su conflicto con el Kremlin), pero no intervenir en una guerra directa ya que Rusia tendría ventajas.
La conclusión fundamental del informe es que la mayor vulnerabilidad de Moscú en relación a los Estados Unidos y aliados es su economía, comparativamente pequeña y muy dependiente de las exportaciones de energía, por lo cual ese debe ser el terreno fundamental de la guerra contra Rusia. Sin embargo, la profundización de la guerra económica a partir de marzo de 2022 no desmoronó la economía rusa (cayó sólo 2% en 2022 y el rublo se revaluó frente al dólar), aunque tiene enormes desafíos en los próximos años para reestructurar su inserción en la economía mundial.
Pero el problema de esta guerra económica de alta intensidad (que incluyó la expulsión de la mayor parte de las entidades rusas del sistema de pagos internacional SWIFT) es que se hace sobre un gigante de las materias primas, de importancia sistémica. Rusia produce el 20% del gas a nivel mundial, es el segundo país exportador de petróleo (10%), el primero de trigo (19%), el principal exportador de fertilizantes (15,6%), el segundo de carbón, el tercer productor de oro, el segundo platino, el cuarto de plata y posee el 30% de los recursos naturales comprobados del mundo, en un país cuyas dimensiones equivalen a algo más de la novena parte de la tierra firme del planeta. Además, se trata del segundo exportador de armas del mundo, siendo de primer nivel (o con características de centro) en la industria de la defensa, aeroespacial y cibernética. Y posee el segundo o tercer poderío militar a nivel mundial de acuerdo a distintas estimaciones.
La escalada del conflicto posibilitó al polo anglo-estadounidense frenar las tendencias autonomistas en Europa y fracturar la interdependencia de la península occidental de Eurasia con el estado del corazón continental, refortaleciendo a la OTAN y al Occidente geopolítico. Esto tuvo un impacto económico importante para el propio EE.UU., pero especialmente para la UE. Un fenómeno central fue alimentar las tendencias inflacionarias y recesivas a ambos lados del atlántico. La dependencia energética de Europa con Rusia era estructural y sistémica (fundamental para su competitividad económica) por lo que los costos de quebrarla son también muy altos. Fue el propio CEO de Volkswagen quién llamó a separar la estrategia europea de la estadounidense al calor de la enorme crisis de la industria alemana. Poco tiempo después dejó su cargo. La pregunta es cuánto aguantará Europa bajo una situación de estanflación y declive relativo acelerado, observándose importantes fisuras en sus grupos dominantes y también una creciente crisis de legitimidad en las clases populares. Otra pregunta que se abre es si Francia y Alemania podrán resistir las presiones de Washington para alinearse también en su cruzada contra China.
Rusia entendió, por su parte, que los costos de la intervención directa (que sin dudas son muy altos) eran preferibles a los de la no intervención. Veremos si ese cálculo fue certero. Pero lo que sí es cierto es que ahora nos encontramos en un momento clave del conflicto en el cual, como en junio de 2022, EE.UU. y la OTAN deben decidir si dejan que Rusia avance y logre buena parte de sus objetivos o se involucran aún más, para dar lugar a una escalada guerra directa OTAN – Rusia, que podría derivar en una guerra nuclear. En este sentido, en un reciente informe RAND Corporation desaconseja una guerra larga en Ucrania y recomienda negociar, lo que incluye la concesión a Rusia del 20% del territorio ucraniano que actualmente controla.
La guerra en Ucrania no pareciera haber frenado las tendencias de la transición histórica-espacial contemporánea. En realidad, como sucedió a partir de 2014, se ha acelerado el Cambio de Época y la transición histórica y espacial del sistema mundial. Por ello, lejos de detener el desarrollo de una situación de multipolaridad relativa en el mapa del poder mundial y revertir la crisis de hegemonía estadounidense, la escalada del conflicto en Ucrania profundiza dichos procesos, consolida el ascenso de China y un conjunto de asociaciones estratégicas con centro en Eurasia, pero de escala global, como la profundización de las asociaciones de Rusia tanto con India, como con Irán y con Arabia Saudita en la OPEP+. A su vez, se profundizan las tendencias que presionan por un sistema financiero y monetario global más allá de la hegemonía del dólar y la FED, y del control de Wall Street y Londres.
Por otro lado, la guerra confirma que ya nos encontramos en una etapa de “caos sistémico” y que el sistema mundial avanza hacia un mayor regionalismo, con un Occidente más cerrado sobre sí mismo, y una desglobalización selectiva en áreas estratégicas.
Referencias:
1Dr. en Ciencias Sociales y Lic. en Sociología. Investigador Adjunto del CONICET, con lugar de trabajo IdIHCS-UNLP y Profesor Adjunto de la UNLP. Miembro del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI). Co-coordinador del grupo de trabajo de CLACSO “China y el mapa del poder mundial”.
2Desarrollado en ”Hybrid World War and the United States–China rivalry”, Frontiers in Political Science, vol 4:1111422, enero 2023. DOI: https://doi.org/10.3389/fpos.2022.1111422 ; o también en Merino, Gabriel E.; Bilmes, Julián; Barrenengoa, Amanda (2022), “Ascenso de China: contradicciones sistémicas y desarrollo de la Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada”, China en el (des)orden mundial, Cuaderno Nº 3, Instituto Tricontinental. https://thetricontinental.org/es/argentina/chinacuaderno3/
3Algunas de estas cuestiones se profundizan en el siguiente trabajo de investigación: La guerra en Ucrania, un conflicto mundial, Revista Estado y Políticas Públicas, (19) : 113-140. FLACSO. https://revistaeypp.flacso.org.ar/files/revistas/1666979769_113-140.pdf
4Rand Corporation (2019). Overextending and Unbalancing Russia. https://www.rand.org/pubs/research_briefs/RB10014.html