Entrevista al Dr. Diego Hurtado, Secretario de Políticas de Planeamiento del MINCyT
Realizada por Agustina Sol Sánchez
GT: Sectores Estratégicos
Introducción
La actual crisis mundial está directamente relacionada con la avanzada militar de los últimos 70 años que Estados Unidos ejecutó a través de la OTAN, mediante el emplazamiento bases militares, escudos anti misilísticos nucleares y armamento nuclear sobre determinadas regiones en Eurasia.
La construcción de Estados Unidos como potencia hegemónica desde la post Segunda Guerra Mundial, está vinculada al átomo, particularmente a la industria y paradigma tecno-económico que construyó a su alrededor. Desde 1947, la política nuclear norteamericana desplegó una “peligrosa contradicción” en materia nuclear: mientras sus propuestas de desarme en el plano externo abogaban por la eliminación de los arsenales atómicos, su política militar nacional fue excesivamente dependiente de las armas atómicas[3].
Hace décadas Rusia viene acusando a Estados Unidos y la OTAN de incrementar su presencia militar y el despliegue de armamento nuclear cerca de sus fronteras: desde Lituania, Letonia y Estonia hasta Polonia, Rumanía y Bulgaria, regiones que Rusia considera una amenaza directa para su seguridad nacional.
Pensado por Ronald Reagan, estructurado por George H. W. Bush y legalizado por Bill Clinton, la Administración Obama consolida el “Sistema de Defensa Antimisil Balístico Nacional”. Este programa -ideado en la guerra fría- tiene como fin el emplazamiento de escudos “antimisiles” en determinadas regiones para “disuadir” a los países cuyo programa nuclear constituye una “amenaza nuclear” y “defender” a Estados Unidos y sus aliados de posibles acciones ofensivas. Estados Unidos ha logrado construir la idea de que determinados programas nucleares, como el iraní, son una amenaza a su seguridad nacional y la de sus aliados, lo cual ha usado como justificación para una avanzada armamentística sobre Europa sin precedente.
En 2010 se implementa el “European Phased Adaptive Approach[11]”, el primer sistema antimisiles europeo de los Estados Unidos mediante el cual, el país del norte instaló Turquía, Rumania y Polonia elementos del escudo antimisiles, como radares o bases de lanzamiento.
Tras la crisis en Crimea de 2014, la OTAN activó el escudo antimisiles en 2016 con la instalación de equipos navales estadounidenses en la base terrestre de Rumanía. Además, en 2017 entra en funcionamiento parcial el sistema antimisil de Defensa denominado “Terminal de Defensa de Área a Gran Altitud” en Corea del Sur.
Esta avanzada nuclear por parte de Estados Unidos ha implicado la ruptura de numerosos tratados de regulación de armamento nuclear firmados con Rusia. Ya durante la gestión de Trump el gobierno de EE. UU. decidió la retirada unilateral del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) de 1987, del acuerdo multilateral con Irán y anunció la no ratificación del Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares.
Desde principios de siglo Rusia se opuso a los planes de EE. UU., que considera como una violación de todos los acuerdos firmados entre los dos países. En 2007, Vladímir Putin criticó el despliegue del sistema global antimisiles de EE. UU. en Europa y afirmó que “Ninguno de los así llamados ‘países problemáticos’ posee misiles con un alcance entre 5.000 y 8.000 kilómetros que puedan suponer una amenaza real para Europa”[10]. Putin llegó a ofrecer a Estados Unidos que emplace parte del escudo antimisiles en Rusia, lo cual técnicamente era mucho mejor para “contener” a Irán.
Sin embargo esto no sucedió y EE.UU continuó ejecutando acciones unilaterales y ofensivas que ponían en peligro la estabilidad y la paz en la región.En 2016 entraron en operación los escudos antimisiles de la OTAN instalados en Rumania los cuales pueden ser remodelados para usarse como lanzaderas de misiles. A su vez, la base militar estadounidense en Polonia ubicada a unos 170 kilómetros del territorio ruso, cuenta con radares capaces de rastrear misiles hostiles y guiar cohetes para derribarlos. También está equipada con lanzamisiles conocidos como MK 41, los cuales generan preocupación en Rusia ya que podrían adaptarse con facilidad para disparar misiles ofensivos.
Desde mediados del siglo pasado, la estrategia de Estados Unidos ha consistido en diseñar y ejecutar un programa de instalación de armamento nuclear en países de Eurasia con fines supuestamente “defensivos” y “disuasivos” que han terminado cercando militarmente a Rusia y China. Es por eso por lo que Rusia viene reclamando garantías de seguridad mediante la firma de tratados que excluyan el emplazamiento de armamento nuclear fuera de las fronteras de ambos países y el retiro de las armas y escudos ya desplegados.
Recientemente Rusia decidió salir del tratado Start III con Estados Unidos para regular y limitar el armamento nuclear. Si bien toda la atención se puso en Rusia y en la amenaza que significa su salida del tratado, lo cierto es que el incumplimiento de este es de larga data y no es unicausal.
A comienzos del conflicto armado en Ucrania, la vicepresidenta de Estados Unidos Kamala Harris anunció el despliegue en Polonia del sistema de misiles de defensa aérea Patriot[14] (“Phased Array Tracking Radar to Intercept of Target”) diseñado para contrarrestar y destruir misiles balísticos de corto alcance entrantes, aviones avanzados y misiles de crucero. Estados Unidos envió dos baterías de PATRIOT a Polonia en marzo de 2022 y una a Eslovaquia en julio del mismo año. En ambos casos, correspondían a equipos pre-posicionados en el continente europeo1. “Quiero ser muy clara. Estados Unidos y Polonia están unidos en lo que hemos hecho y están preparados para ayudar a Ucrania y al pueblo de Ucrania, y punto”, dijo Harris junto al presidente polaco, Andrzej Duda.
Desde enero de 2023, el gobierno estadounidense entrena a un grupo de 65 ucranianos en Fort Sill (Oklahoma) para capacitarlos en el manejo del sistema PATRIOT, el cual planea transferir a Ucrania en un plazo menor al estipulado previamente2.
La ambigüedad conceptual selectiva con la que se aborda la cuestión nuclear es el reflejo más preciso de la doble vara que rige en las relaciones internacionales. Comprender la geopolítica nuclear del presente requiere necesariamente de un análisis histórico que nos permita complejizar para entender cómo llegamos a esta situación. Para profundizar en estos aspectos dialogamos con Diego Hurtado, Físico y Secretario de Estado de Planeamiento y Políticas en el Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación.
- La tecnología nuclear es de importancia estratégica para los países centrales. Su particularidad es que, además de emplearse para la generación de energía o para la producción de radioisótopos utilizados para una gran cantidad de sectores e industrias como la medicina y la agroindustria, ésta puede usarse también para la fabricación de armamento. Durante la guerra fría, la destrucción mutua asegurada, debida a la posesión de armamento nuclear por parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de Estados Unidos, gestó la idea del equilibrio de poder bipolar y constituyó la base conceptual y práctica del esquema de seguridad internacional que rige hasta el presente.
¿Podrías explicarnos el carácter dual de la tecnología nuclear?
Los “valores epistémicos” que guían y dan legitimidad a las prácticas de producción de ciencia y tecnología desde la revolución científica del siglo diecisiete se enfocan en la “eficacia técnica”: simplicidad, regularidad (ley), precisión, cuantificación (matematización), linealidad, predictibilidad. El “control” es un corolario de estos valores. Los modelos y teorías enfocadas en el estudio de la naturaleza, que se extendieron, desde finales del siglo dieciocho, al mundo de la producción, el trabajo y la guerra, fueron guiados por estos valores epistémicos, que en definitiva fundamentan la noción de “racionalidad” que será constitutiva de la modernidad. De esta forma, la “dualidad” –hoy diríamos los usos civiles y militares– del conocimiento científico-tecnológico que evoluciona con el capitalismo está implícita en sus fundamentos epistémicos.
Desde su emergencia como potencia hegemónica, al final de la Segunda Guerra Mundial, EEUU se propuso la consolidación de un Estado Nacional de Seguridad basado en la supremacía tecnológica como estrategia para perpetuar su estatus geopolítico y geoeconómico. Con este objetivo, EEUU fue perfeccionando el diseño de una dinámica institucional-empresarial enfocada en los desarrollos e innovaciones de uso militar que, en paralelo, funcionara como motor económico a través de su reconversión, adaptación, extensión a las aplicaciones civiles comercializables.
La politóloga australiana Linda Weiss, en su libro America Inc.? (2014), explica “cómo la geopolítica de la percepción de amenazas ha generado una vasta maquinaria estatal orientada a la innovación perpetua basada en la búsqueda de la superioridad tecnológica” (p.2). En un segundo nivel, esta misma autora elabora la historia de “los desafíos internos y los obstáculos políticos que han remodelado el NSS [Estado Nacional de Seguridad, por sus siglas en inglés] y su relación con el sector privado, no sólo al integrar los objetivos de seguridad con los comerciales, sino también para fusionar los recursos públicos y privados de formas distintivas” (p. 2). Desde distintos enfoques, numerosos autores –Noam Chomsky, Fred Block, Robert Wade, Henry Etzkowitz, Mariana Mazzucato, James Cypher, etc.– hablaron de las “políticas industriales de facto”, el “estado desarrollista oculto”, “keynesianismo militar”, etc., para caracterizar las políticas de I+D+i de EEUU.
La tecnología nuclear es un caso paradigmático. Sus inicios están marcados por el despliegue masivo inédito de recursos materiales y competencias científicas, tecnológicas e industriales para desarrollar artefactos nucleares basados, primero, en la fisión –proyecto Manhattan– y, poco más tarde, en la fusión. Una vez iniciada la escalada nuclear en contexto de guerra fría, EEUU lanza el programa Átomos para la Paz como primer paso del proceso de construcción de un mercado de tecnología nuclear para usos civiles que garantice su liderazgo industrial-comercial. La firma de acuerdos bilaterales con más de 40 países entre 1956 y 1961 y la venta subsidiada de reactores nucleares de investigación se propusieron la creación de relaciones asimétricas que aseguraran la dependencia de la tecnología norteamericana de los “países socios”. Es en este contexto que la noción de dualidad de la tecnología nuclear fue transformada en criterio de demarcación para la aplicación selectiva de estrategias de presión y coerción sobre los países de la semiperiferia con pretensiones de desarrollar capacidades nucleares autónomas incrementales.
¿Qué rol cumplió la tecnología nuclear en la construcción de las relaciones de poder desde mediados del siglo pasado?
A nivel de política interna de EEUU, la Guerra Fría y la escalada nuclear plantearon las condiciones de posibilidad para la creación de un estado de inseguridad permanente. Desde el punto de vista global, la polivalencia del programa Átomo para la Paz permitió su uso como instrumento de propaganda, para lo que Eisenhower llamó “guerra psicológica”, con capacidad para controlar y limitar las aplicaciones civiles y ganar influencia comercial sobre los programas nucleares de los países en desarrollo. Y también sirvió para desviar la atención del programa de desarrollo y construcción intensiva de armas atómicas. En 1952, antes de que Eisenhower asumiera la presidencia, EEUU contaba con 841 armas nucleares en su arsenal. En 1960, cerca del final de su presidencia, el número había ascendido a 18.638.
Un libro que me resultó crucial fue Eisenhower’s Atoms for Peace (2002), de Ira Chernus. Este texto presenta un análisis del discurso pronunciado en la ONU por el presidente de EEUU a fines de 1953, donde presenta al mundo el programa Átomos para la Paz. Chernus sostiene que allí se inaugura el “discurso de gerenciamiento del apocalipsis”. Este autor explica que la construcción del imaginario nuclear, como dimensión necesaria de la construcción de consenso hegemónico –agrego yo–, incluyó una relación dialéctica entre el bien y el mal que hace imposible escindirlos. El poder persuasivo de este discurso se encuentra en “su habilidad de dar sentido positivo a la bomba por medio de la armonización de los lados destructivo y constructivo del imaginario nuclear”. Esta matriz apocalíptica, que incluye rasgos de “ritual religioso” como fundamento ético para definir quiénes integran el eje del bien (asociado con la democracia) y quiénes integran el eje del mal (asociado con los totalitarismos), evolucionó hasta nuestro presente y es el fundamento de una práctica del acoso económico y diplomático. El fundamento implícito que está en el sentido profundo de este “estilo” de construcción de consenso hegemónico es que el poder militar es portador de la “autoridad hermenéutica”, que fundamenta un sistema sofisticado de amenazas, chantajes, presiones y represalias –con un sistema organismos internacionales como artefacto institucional– que establece quién es amigo, quién es opaco y potencial enemigo, y quién franco enemigo.
Las novedades que trae “la era atómica” –por un lado, la aparición de un umbral a partir del cual la humanidad puede destruirse a sí misma y al planeta como hogar común y, por otro lado, panacea energética en contexto de economía de mercado– son los rasgos novedosos de la hegemonía norteamericana, enraizado en la regulación de la dualidad de las tecnologías estratégicas. Retrospectivamente, el gerenciamiento del apocalipsis puede concebirse como estrategia precursora de lo que más tarde Naomi Klein bautizó “la doctrina del shock”.
La “carrera espacial” iba a presentar rasgos similares: por un lado, la conquista del espacio como meta que hace posible un discurso altruista de epopeya que involucraría a la humanidad y, por otro lado, la posibilidad de inversión masiva en tecnologías aeronáuticas y misilísticas con enormes efectos multiplicadores. De forma muy esquemática, digamos que análisis similares son aplicables al sector de salud –inversión pública masiva en I+D, sus aplicaciones a la seguridad y la defensa, y la estructura oligopólica que imponen las corporaciones farmacéuticas que participan del proceso–, o el desarrollo de internet y los semiconductores –como estrategia de seguridad en el área de las comunicaciones para el caso de una guerra nuclear–, que deriva en la revolución de las tecnologías digitales y la economía de plataformas.
- Desde la década de 1950, los países poseedores de armas nucleares han alentado la conformación de un régimen internacional sobre lo nuclear que permitiese controlar y limitar el desarrollo de estas tecnologías en la semiperiferia, sin que ello implique el abandono del monopolio de armamento nuclear que detentan o bien, la reducción de sus arsenales. En 1968, con la firma del Tratado de No Proliferación (TNP) -que legitimaba a EE.UU, la Unión Soviética, Francia, China y Gran Bretaña como potencias nucleares- y hasta la caída de la URSS se gestó una arquitectura institucional, basada en acuerdos y tratados de alcance mundial, con el fin de ordenar las relaciones de poder que eran el resultado de la denominada “era nuclear”.
¿Qué significó el TNP para la geopolítica mundial?
Los países semiperiféricos representan mercados codiciados por las economías centrales para sostener el dinamismo de las “revoluciones tecnológicas” a través de la venta de tecnología “llave en mano”, servicios, pago de regalías o asistencia técnica, junto con estrategias de inversión extranjera directa y/o financiamiento condicionado. Sin embargo, esta dinámica produce contradicciones sistémicas como consecuencia de las aspiraciones de algunos países de la semiperiferia a desarrollar y exportar valor agregado creciente –que involucra el acceso a tecnologías consideradas estratégicas por las economías centrales– a otros países de las periferias, no solo como forma de evitar el deslizamiento hacia la periferia, sino también como camino para fomentar el aumento de complejidad de sus estructuras productivas.
De esta forma, para sostener procesos de aprendizaje y acumulación de capacidades institucionales, organizacionales y tecnológicas con crecientes grados de autonomía –que caracterizan a los países emergentes– los países de la semiperiferia necesitan desafiar las “reglas de juego” que impone la estructura rígida y jerárquica del orden capitalista.
El intento de los países de la semiperiferia de América Latina de avanzar en esta dirección explica por qué suelen ser blanco de acciones que van desde distintos grados de obstaculización o el franco boicot y bloqueo hasta la intervención militar. ¿Estamos exagerando? Podemos responder a esta pregunta con otra pregunta: ¿es casualidad que el país con la industria más integrada de América Latina haya padecido la dictadura militar más cruenta de la región y un genocidio, seguido de 25 años de desindustrialización, justo cuando se inicia la revolución de las tecnologías digitales y el proyecto de globalización neoliberal?
La amenaza de la alteración del orden jerárquico expresado en el ascenso económico de países de la semiperiferia es concebida por la “lógica” hegemónica como una alteración de la “estabilidad”, es decir, como un intento de alteración peligrosa del equilibrio de poder del sistema mundial. Desde fines de la década de 1960, los desarrollos nucleares de países como Argentina, Brasil, India, o Sudáfrica –más recientemente Irán, aunque en otro contexto–, entre otros, parecen encajar en esta caracterización, con las especificidades geopolíticas y geoeconómicas vinculadas a la ubicación geográfica de cada uno de estos países.
Si analizamos algunos ejemplos del amplio espectro de mecanismos de presión desplegados en la arena internacional por EEUU y sus aliados para obstaculizar el desarrollo de capacidades nucleares autónomas en países de la semiperiferia, la noción de proliferación ocupa un lugar protagónico. La construcción de sospecha de intenciones ocultas que desencadena “el miedo a la proliferación nuclear” fue utilizada como uno de los artefactos políticos más efectivos para proteger la estructura oligopólica de este mercado junto con los intereses comerciales de los países exportadores de tecnología nuclear. Como parte de la política exterior de EEUU, coordinada con la gran prensa y con sectores prestigiosos del mainstream académico, casi un género en sí mismo, se desplegó una producción discursiva persistente y una práctica inquisitorial bizarra, aunque naturalizada, de búsqueda de indicios e inferencias sobre supuestas intenciones ocultas de aquellos países semiperiféricos que aspiran a dominar el ciclo del combustible nuclear. La dualidad como fundamento semántico para la justificación de los indicios e inferencias de que un país tiene la intención de proliferar.
Presentada como una práctica académica, esta maquinaria política asume como postulado la naturaleza opaca e inestable de las periferias. Ahora bien, lo que interesa señalar es la operación de construcción de la opacidad periférica como práctica legítima de las ciencias sociales, como actividad de producción de “conocimiento” que luego se utiliza para promover restricciones, presiones y sanciones como recursos justificados (y naturalizados) en la arena internacional. Por otro lado, además de opacas (ocultan sus verdaderas intenciones), las dinámicas sociales de las periferias son simples, o al menos mucho más simples que las de las economías centrales. ¿Por qué es importante construir simplicidad al mismo tiempo que se construye opacidad? Porque lo simple es fácil de explicar, es predecible. Así, la simplicidad funciona como un valor epistémico. Si la periferia es simple, es factible inferir sus intenciones, aunque estén ocultas. Esta afirmación se sustenta en la ausencia de estudios rigurosos sobre el desarrollo nuclear argentino que avalen los argumentos de los “expertos” que argumentan sobre la intención de proliferar de la política nuclear argentina. Este sentido común etnocéntrico hace posible que se pueda construir opacidad donde no existen intenciones ocultas.
Con el manto de legitimidad institucional que provee el Organismo Internacional de Energía Atómica y algunos de sus marcos normativos escandalosamente asimétricos –como el Tratado de No Proliferación y, hoy, el Protocolo Adicional–, se naturaliza uno de los absurdos lógicos y semánticos más flagrantes del mundo de las relaciones internacionales: la categoría de proliferador no se aplica a los países que poseen los mayores arsenales de armas nucleares.
Si bien la emergencia de China e India complejiza esta “lógica”, la reacción de EEUU para garantizar su influencia sobre su “patio trasero” extiende su vigencia con nuevos componentes y objetivos, como los que justifican las iniciativas para desconectar a América Latina de China.
¿Es posible analizar los impactos de esta arquitectura internacional en el presente, particularmente en el devenir del conflicto en Eurasia?
Lo razonado en la pregunta anterior se enfoca en los mecanismos de la dialéctica coerción-consenso, propios de la construcción hegemónica, y sus efectos sobre la semiperiferia de América Latina. El escenario actual de conflicto en Eurasia debe analizarse desde otra perspectiva, porque se trata de un conflicto vital en la disputa por la hegemonía. La intención clara de EEUU de debilitar estructuralmente a Rusia como actor geopolítico, avanzando con la OTAN hasta sus fronteras, y de separar a Ucrania y Bielorrusia de la influencia de Moscú. A mediados de los años noventa se blanquea el avance de la OTAN. George Bush anuncia en 2008 que se propone incorporar a Georgia y a Ucrania a la OTAN, generando incluso conflictos internos en Ucrania. Finalmente, la expulsión de Víktor Yanukóvich en 2014 y su sustitución por gobiernos funcionales a la OTAN. Este proceso deriva en la guerra Rusia-Ucrania. No se trata solo de escindir a Ucrania de Rusia, sino también de debilitar los puentes entre Alemania y Rusia, y forzar a la Unión Europea a mantener su dependencia de EEUU. Como contrapunto, la emergencia acelerada de China e India junto con la consolidación del bloque China-Rusia, encarna un sendero posible hacia la apertura de un orden multipolar.
En este campo de fuerzas está inmersa la cuestión nuclear en Eurasia. La trayectoria del potencial nuclear soviético en todo el frente de la industria nuclear, desde la producción de electricidad hasta el escalado de su arsenal nuclear. El programa de centrales de la Unión Soviética se desplegó en Armenia, Lituania, Ucrania y Rusia. Luego del accidente de Chernobyl y la eclosión del activismo antinuclear en estos países, en Lituania se cancelaron los planes para ampliar su única central nuclear y en Armenia se clausuró la única central en funcionamiento, mientras que en Rusia y Ucrania los parlamentos aprobaron moratorias por cinco años y fue cancelada o suspendida la construcción de más de cuarenta centrales nucleares. Sin embargo, desde inicios de la década de 1990, esta tendencia realiza un giro y, en 1993, Rusia y Ucrania anulan su moratoria.
Ahora bien, mientras los arsenales nucleares de Rusia y China son importantes en el frágil “equilibrio” militar, las industrias nucleares rusa y china de reactores de potencia son una variable clave en el escenario de transición energética y de revalorización de la energía nuclear como energía limpia. Desde 2017, según la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés), el 87 % de los nuevos reactores que se han puesto en marcha utilizan diseños rusos y chinos.
Así, en este escenario de disputa hegemónica, el problema de la proliferación muestra su esencia ideológica al quedar relegado a un segundo plano de los intereses geopolíticos, para ser aplicado, de manera selectiva e intermitente, a países de la semiperiferia, según la coyuntura y los intereses. No debe olvidarse que el mundo hoy camina por la cornisa de un posible enfrentamiento nuclear entre países que estuvieron al margen de las normativas de no proliferación.
Un ejemplo didáctico de la funcionalidad de estos marcos normativos es el “affair AUKUS” y su posible impacto sobre el desarrollo del submarino nuclear de Brasil.
¿Qué apreciación te merece la dinámica nuclear desde el comienzo del conflicto en Ucrania?
Analicemos su impacto en Argentina. Para neutralizar esta ventaja tecnológica, industrial y comercial, el gobierno de EEUU podría estar trabajando a favor de una moratoria en la comercialización de grandes centrales de potencia, para promover como tecnología alternativa el mercado de los reactores modulares pequeños (SMRs, por sus siglas en inglés). De esta forma, se propondría dejar fuera de juego a las grandes centrales rusas y chinas que hoy dominan las proyecciones futuras de crecimiento del mercado nuclear.
Como parte de las acciones para evitar que Argentina compre a China la central Hualong I, vemos una serie de funcionarios norteamericanos que visitan nuestro país para criticar la tecnología china. Esta agenda, reproducida por variados portavoces locales, incluye las propuestas de la conveniencia de enfocar todas las capacidades locales en el desarrollo del reactor CAREM, la apuesta argentina en la línea SMR que lidera la Comisión Nacional de Energía Atómica, y de difundir en América Latina los reactores SMR.
El problema que se plantea para la Argentina es qué nivel de injerencia va a impulsar EEUU –y, como contrapartida, qué nivel de injerencia va a permitir el gobierno argentino– sobre el conjunto de su política nuclear, y sobre el desarrollo y comercialización del reactor CAREM.
- El discurso hegemónico ha construido un sentido signado por la afirmación de que los países semiperiféricos que buscan desarrollar tecnología nuclear son proliferadores. Las tensiones se han dado principalmente en términos del acceso tecnológico de los países semiperiféricos al control del proceso de combustible nuclear, específicamente en torno al enriquecimiento de uranio que, además de utilizarse para el armamento nuclear es utilizado para los reactores de potencia, es decir, para la producción de electricidad. La gestión de tecnologías complejas y de su transferencia al sector productivo es una de las grandes debilidades de los países de la semiperiferia latinoamericana. Sin embargo, Argentina apostó tempranamente al desarrollo de capacidades autónomas en sectores estratégicos y por los usos pacíficos de la energía nuclear.
¿Qué impactos tuvo esa arquitectura internacional en los países de la semiperiferia? ¿Qué mecanismos implementó Argentina para hacer frente a esa realidad geopolítica? ¿Qué rol cumplió la política exterior?
Luego de la paralización y desmantelamiento del sector desde fines de los años ochenta, durante el ciclo de gobiernos kirchneristas (2003-2015) se relanza una política nuclear dinámica en contexto de políticas que evolucionan con clara orientación hacia el orden multipolar y la activa colaboración con China –en especial, desde 2010 se inician las negociaciones para cooperar en la construcción de dos centrales nucleares–. Durante el período de gobierno macrista (2016-2019), el proyecto de país vira 180 grados y la política exterior retoma el alineamiento con EEUU característico de la década de 1990. Este viraje coincide con el momento en que funcionarios de EEUU comienzan a hablar de la vigencia de la Doctrina Monroe con el énfasis puesto en bloquear el avance de China sobre América Latina. En este contexto, la política nuclear vuelve a padecer desfinanciamiento y desarticulación.
Al presente, Argentina no parece tener una política exterior definida como no sea un pragmatismo del día a día, que puede explicarse a partir de las presiones del FMI, coordinadas con acciones del Departamento de Estado de EEUU. Este campo de fuerzas tiene impacto directo sobre la cuestión nuclear. El 27 de enero de 2022 el proyecto de IV Central Nuclear (o Atucha III) fue incluido en el listado de proyectos prioritarios contemplados en el Plan Quinquenal Integrado China-Argentina para la Cooperación en Infraestructura (2022-2027), formalizado durante la visita del presidente Alberto Fernández a China entre el 4 y el 6 de febrero, donde se reunió con su par chino Xi Jinping. El proyecto de IV Central Nuclear integró la lista de 10 proyectos prioritarios. Finalmente, el 1 de febrero de 2022, la empresa argentina Nucleoeléctrica firmó con la empresa china CNNC el contrato para la construcción de la cuarta central nuclear (Atucha III), un reactor de tipo HPR1000 de 1200 megavatios de potencia.
La reacción de EEUU a esta iniciativa se pone en evidencia en la siguiente cronología: (i) la visita de una delegación de funcionarios norteamericanos, en abril de 2022, liderada por Ann Ganzer, Subsecretaria Adjunta de la Oficina de Seguridad Internacional y No Proliferación del Departamento de Estado de EEUU; (ii) la visita, en abril de 2022, de la Jefa del Comando Sur de EEUU, Laura Richardson; (iii) la visita, en enero de 2023, a instalaciones nucleares de Marc Stanley, Embajador de EEUU en Argentina; (iv) la visita, en marzo de 2023, de David Turk, Secretario Adjunto del Departamento de Energía de EEUU.
Este despliegue, que incluyó dichos y acciones humillantes, fue registrado en detalle por varios medios (ver, por ejemplo, Béliz, el radiactivo; El lobby estadounidense…) y hoy es posible hablar en Argentina de un veto nuclear tácito de EEUU a la colaboración nuclear entre Argentina y China, veto que está teniendo como efecto la paralización virtual del acuerdo con China por la central Hualong I y la ausencia de rumbo de la política nuclear argentina.
Recordemos que algo semejante le ocurrió a Alfonsín en la segunda mitad de la década de 1980, cuando un desfile de funcionarios de EEUU explicitaba los condicionamientos sobre el plan nuclear y su relación con la deuda externa. El final de esta historia fue la paralización de obras del sector nuclear y la hiperinflación que terminó expulsando a Alfonsín antes del final de su mandato.
- Por último, a comienzos del 2022 nos enteramos de la noticia de que durante la Guerra de Malvinas el Reino Unido trasladó 31 armas nucleares por el Atlántico Sur, con más del doble del potencial explosivo y nocivo que la bomba de Hiroshima. A 41 años del conflicto, esa noticia nos muestra que la cuestión del armamento nuclear no es ajena a nosotros, sino que tuvo y tiene un impacto directo en nuestro país. El Reino Unido, alineado completamente a la política de seguridad de Estados Unidos en el marco de la OTAN, ha aumentado la cantidad de ojivas nucleares en un 45% anunciado en la última Estrategia de Defensa y Política Exterior publicada en 2020 conocida como “Gran Bretaña Global”. Allí también se afirma que las fuerzas armadas británicas mantendrán una presencia permanente en las Islas Malvinas y la Isla Ascensión. En el mismo documento se afirma “La OTAN seguirá siendo la base de la seguridad colectiva en nuestra región natal del Euroatlántico, donde Rusia sigue siendo la amenaza más grave para nuestra seguridad”. En la misma línea, el pacto Australia-United Kingdom-United States (AUKUS) manifiesta la vuelta, apresurada y ofensiva de Australia, el Reino Unido y Estados Unidos de retomar el control geoestratégico de la región del Indo-Pacífico. Las dos potencias atlánticas están proveyendo armamento nuclear a Australia, lo que daña gravemente la paz y la estabilidad regional, intensifica la carrera armamentística y debilita los esfuerzos internacionales de no proliferación nuclear.
¿Qué vinculación haces entre política nuclear y política exterior? ¿Cuáles son para vos los desafíos en el mediano largo plazo en ese sentido?
La definición de un proyecto de país presupone consensos políticos y sectoriales que hagan posible definir aquellos sectores estratégicos que deben impulsar las políticas públicas. El ejercicio de plantear esta meta, desde la dimensión de producción de conocimiento como eje sectorial, lo hicimos a lo largo de casi tres años, durante el proceso de construcción concertada a escala nacional del Plan Nacional de CTI 2030, desde el MINCyT, trabajando con todos los ministerios que demandan agendas de CTI, con los sectores de CTI de las 23 provincias y con organizaciones del mundo del trabajo, asociaciones empresarias, organizaciones de la sociedad civil, instituciones públicas de CTI y universidades. El resultado fue llevado al Senado y aprobado por 59 votos contra 1 y, al presente, está en proceso de discusión en la Cámara de Diputados.
La idea de contar con un Plan Nacional de CTI 2030 con estatus de ley es hacer un aporte a los consensos mínimos para que las agendas de producción de conocimiento enfocadas en los sectores estratégicos puedan tener una mínima previsibilidad y estabilidad en el mediano y largo plazo. Es decir, se propone un aporte, desde lo programático pero también desde lo cultural, a la superación de lo que el economista Marcelo Diamand caracterizó como “el péndulo argentino”, problema de una complejidad sombría, que escapa a la posibilidad de ser profundizado en este texto.
Por lo dicho al comienzo sobre el lugar que ocupa un país de la semiperiferia latinoamericana como Argentina en el campo de fuerzas del capitalismo global, los sectores estratégicos deben ser protegidos y defendidos activamente por una política exterior robusta, que tenga entre sus metas prioritarias las alianzas regionales, especialmente con Brasil. El mundo unipolar ya demostró que solo produce desigualdad y pobreza en América Latina al asignarle el lugar de región para la producción primaria y casino financiero. En este sentido, la política exterior de nuestro país también debe apoyar decididamente los procesos de apertura a la multipolaridad, una distribución de poder alternativa, y una división internacional del trabajo compatible con nuestro proyecto de país.
Tomando como ejemplo la transición energética, presentada como la oportunidad de rejuvenecimiento del capitalismo, surge un interrogante: ¿las reglas de juego que impone la gobernanza de los organismos internacionales y las grandes corporaciones transnacionales dejan algún resquicio para que países semiperiféricos como la Argentina participen de la “revolución industrial verde”?
El poder corporativo global difunde una concepción de la transición energética que combina ortodoxia con pinceladas neoschumpeterianas, que supone un “mercado” de tecnologías renovables, TICs, electrificación del transporte, el acceso para las grandes corporaciones a una dotación reconfigurada de recursos naturales –cobre, litio, níquel, cobalto, tierras raras, etc.– y la intervención de los organismos financieros internacionales para financiar el recambio de tecnologías a escala planetaria.
¿Dónde juegan las periferias en este escenario? El contexto global es de crisis múltiple: financiera, ambiental y sanitaria; y desde hace poco, con la guerra Rusia-Ucrania, crisis energética y alimentaria. En este escenario, las democracias en desarrollo tienen que lidiar con estrategias que tienden a financiarizar –a transformar en negocios financieros– las iniciativas de transición, porque el negocio está concebido para las economías centrales.
En la versión neoschumpeteriana de la “revolución industrial verde”, que proponen economistas como Mariana Mazzucato o Carlota Perez, se alude vagamente a cosas como un Plan Marshall para “países rezagados” y se afirma que hay que: “Facilitar y financiar la inversión en los países rezagados del mundo en desarrollo crearía mercados para las tecnologías ecológicas de ingeniería, infraestructura y equipamiento del mundo avanzado” (Rethinking Capitalism: Economics and Policy for Sustainable and Inclusive Growth, 2016).
Dicho de forma esquemática, digamos que el problema de la transición energética para la Argentina es, primero, geopolítico –y se manifiestan en la capacidad de nuestro país de enfrentar “reglas de juego” adversas–; luego es un problema de alineamientos institucionales, organizacionales y empresariales que se debe abordar desde la política; y, finalmente, es un problema de políticas industriales, tecnológicas, y socioambientales, entre las más relevantes.
Un interrogante que se plantea: ¿el Estado argentino tiene las capacidades de liderazgo, coordinación, generación de incentivos y disciplinamiento para afrontar la dimensión del cambio institucional y organizacional que supone la transición energética?
Sería ingenuo pensar que la reconstrucción de escenarios proteccionistas que hoy impulsan EEUU y Europa para sus economías supone que estas nuevas “reglas de juego” globales van a permitir la aplicación de estrategias proteccionistas en las periferias. La “lógica” hegemónica que permanece, como lo sintetizó el economista heterodoxo coreano Ha-Joon Chang, es keynesianismo para ricos, monetarismo para pobres. Esta tendencia va acompañada por nuevas categorías como ally-shoring o near-shoring, que se complementan con expresiones que consideran los recursos naturales de América Latina como un problema de seguridad nacional para EEUU. Este es el escenario en el que Argentina debe poder impulsar una política exterior para proteger un sendero de desarrollo que se oriente a un proyecto de país con inclusión, equidad creciente, generación de trabajo, redistribución y ampliación de derechos.
Referencias
1 “U.S. close to decision on sending Patriot missiles to Ukraine”. (13.12.2022). Politico. Recuerado de: https://www.politico.com/news/2022/12/13/u-s-decision-patriot-missiles-ukraine-00073730#:~:text=The%20U.S.%20Army%20sent%20two,to%20Ukraine’s%20air%20defense%20capabilities.
2 “US to send Patriot missile systems and tanks to Ukraine faster than originally planned”. (21.03.2023). CNN Politics. Recuperado de: https://edition.cnn.com/2023/03/21/politics/us-patriots-ukraine/index.html