Queda menos de 1 semana para las elecciones generales en EE.UU. y considerando la cercanía, es posible preguntarse si el último debate tendrá alguna incidencia en el resultado electoral. Particularmente en aquellos/as electores/as que se encuentran indecisos/as en una campaña marcada por la extrema polarización.
El medio FiveThirtyEight llegó a la conclusión de que el amperímetro de los/las votantes no se vio afectado. Entonces ¿para qué sirvió este último debate? Es cierto que en comparación con la primera exposición de los candidatos la calidad de esta segunda presentación fue superior. Sin embargo, en el ejercicio de desagregar posibles caminos en la conformación de políticas, fueron muy pocos los aportes realizados. En esta oportunidad, intentaremos ordenar los puntos más relevantes de cara al futuro basándonos en las afirmaciones realizadas por los candidatos. En tiempos de información y discursos de dudosa fiabilidad, es un buen ejercicio analizar si los enunciados de los candidatos son verdaderos o cuestionables, por lo que facilitamos este artículo.
Pandemia
El contexto abruma y si bien suena monocorde, no se puede iniciar ninguna conversación sin hablar de la administración de la pandemia, teniendo en cuenta la horizontalidad con la que el COVID atraviesa todas las agendas. Pero antes de definir las posturas de ambos candidatos, hay un elemento fundamental que el/la lector/a no puede ni debe obviar. En lo que refiere específicamente al manejo de la pandemia, Trump es actualmente POTUS, y por lo tanto carga con la responsabilidad del poder ejecutivo. Biden no.
Esto parece una obviedad pero es un factor determinante en los discursos de ambos candidatos, que se concentraron en dirigir el debate en una lógica de “Yo vs. Vos” en lugar de la elaboración de conceptos independientes del candidato opositor.
Para graficar, Joe Biden comenzó el debate con un discurso pesimista en cuanto al futuro de las cifras norteamericanas de infectados/as y muertes. Este pesimismo lo justifica en la ausencia de un plan eficiente para la confección de protocolos que permitan retomar la actividad económica, disminuyendo riesgos y evitando realizar cierres totales. Esta crítica se extiende al plan de testeos llevado por Trump y el constante rechazo del candidato republicano al uso de barbijos.
Estos no fueron los únicos cuestionamientos, ya que frente al sorprendente anuncio de Trump de una posible vacuna que se podría anunciar en las próximas semanas (nótese el uso del potencial), Biden cuestionó esta posibilidad y puso en duda la transparencia del proceso, una discusión que se viene dando a nivel global acerca de la influencia de los mercados y del poder político sobre el procedimiento científico necesario para garantizar una vacuna segura.
Retomando la idea del impacto económico, Biden cuestionó la ausencia de un plan económico para apoyar a aquellos negocios afectados en las ciudades que sí debieron recurrir a cuarentenas estrictas, las cuales definió como consecuencia de la mala administración.
En definitiva, el discurso de Biden giró en torno a la idea de que el plan de Trump fue sanitariamente ineficiente y económicamente inexistente, por lo que un hipotético manejo de la pandemia de su administración se concentraría en mejorar estos dos puntos.
La postura de Trump (que recordemos, tiene la responsabilidad del ejecutivo) se limitó a prometer la elaboración de una vacuna y su rápida distribución con asistencia de las fuerzas armadas. Al mismo tiempo, rechaza la elaboración de protocolos por considerarse demasiado costosos y se limitó a pedir la reapertura absoluta, responsabilizando las cuarentenas a los Estados cuya administración es responsabilidad del Partido Demócrata.
Si estas primeras definiciones en un contexto de crisis mundial parecen vagas o escuetas, es porque como dijimos al principio de este artículo, el debate si bien fue superior al primero, no fue un debate rico en conceptos.
Política Exterior
Luego del manejo de la crisis del COVID, la moderadora Kristen Welker cambió el eje del debate a la política exterior. La discusión, sin embargo, se enfocó en los diferentes escándalos en relación a los vínculos de los candidatos con Rusia y China mientras prometían posturas más fuertes frente a estos Estados. Tanto Trump como Biden aprovecharon este espacio para lanzar sus acusaciones o responder a las del rival, por lo que poco se puede decir de este apartado. Si tuviéramos que marcar elementos destacables, podríamos resaltar la ausencia (otra vez) de América Latina y el Caribe en la discusión.
Política económica, migratoria y de seguridad social
Luego del apartado de política exterior, las preguntas comenzaron a girar en estos tres temas de agenda, comenzando por los seguros de salud y la supervivencia, reforma o desarticulación del Obamacare. En este primer punto, el candidato demócrata prometió el lanzamiento del plan “Biden Care”, el cual consistiría en proveer de un seguro médico accesible provisto por el Estado, acompañado por una negociación con las farmacéuticas y aseguradoras privadas para bajar las tarifas que los usuarios deben pagar.
Por su parte, Trump criticó la existencia misma del Obamacare al cual acusó de insostenible en el largo plazo a pesar de las modificaciones realizadas durante su mandato, (o como las definió: “mejoras”). En consecuencia, se comprometió a reemplazarlo por un plan de cobertura más grande que incluya enfermedades y condiciones preexistentes. Luego cerró la discusión acusando a Biden de socialista. Más allá de las chicanas del debate, en lo que al acceso a la salud refiere, hay una diferencia evidente entre los dos candidatos. La pregunta que queda hacerse es si estas promesas de campaña efectivamente se transformarán en políticas públicas.
A lo largo del debate, esta dinámica de polarización entre las posturas fue intensificandose más y más. Biden defendió el aumento general del salario mínimo, mientras que Trump atacó la propuesta, diciendo que representaría el fin de las pequeñas y medianas empresas.
Pero el punto más álgido de la discusión (y quizá el más cuestionable en cuanto al desempeño del candidato republicano) llegó cuando intercambiaron declaraciones sobre la inmigración, la inseguridad y el problema del racismo en EE.UU. Fue en esta instancia donde Trump sacó a relucir su versión radicalizada de derecha mientras que, el candidato demócrata aprovechó la oportunidad para intentar redimirse de sus responsabilidades en medidas tomadas durante su época como vicepresidente y durante su tiempo en el Senado. Biden se mostró arrepentido de haber apoyado las reformas en materia penal durante los 90’ y su inacción durante el gobierno de Obama, que deportó más migrantes que cualquier otra administración.
Difícilmente las promesas de Biden se transformen en un cambio efectivo frente a la primacía de políticas migratorias cada vez más restrictivas.
Medio Ambiente
La última sección se enfocó en el medioambiente, un tópico que cada vez gana más lugar en la agenda. La postura del candidato republicano es sabida y no dio ningún indicio de cambiarla, por lo que alcanza con revisar la “política ambiental” de los últimos cuatro años. En este podcast nos dan una buena idea de lo que fue y lo que probablemente sería una nueva presidencia de Donald Trump en materia medioambiental.
La postura de Biden fue más interesante. En el debate anterior se encargó de decir que rechazaba el “Green New Deal” y que, en cambio, proponía el Biden Plan. A primera vista parece una maniobra retórica para, sin perder apoyo de los sectores más progresistas del partido demócrata, buscar acercarse a posturas más del centro del espectro político.
Hay una aclaración que quizá es pertinente hacer. El Green New Deal es más bien una proclamación de intenciones ya que si bien plantea objetivos y barreras que romper, no delimita un plan de acción ni de inversión. El Biden Plan en principio tiene la estructura de un proyecto de inversión en infraestructura y transición a un modelo relativamente sustentable en materia ecológica. Esto, acompañado de la promesa de ir dejando atrás un modelo de extracción de combustible fósil (Biden se comprometió a no prohibir el fracking, sino a pasar hacia un modelo que no requiera tanto de esta fuente de energía) y la vuelta a los acuerdos de París, dan indicios de que un plan de reactivación económica conducida por el Estado tendría como eje principal el cuidado del medioambiente.
Conclusiones
El debate debería servir como instrumento para que los candidatos dejen en claro cuál va a ser la orientación de su gobierno. Sin embargo, la falta de claridad conceptual y el nivel general del debate no dan un claro panorama de cómo sería un hipotético gobierno demócrata ni republicano.
En cuanto a la relevancia de América Latina en las agendas presidenciales, que es probablemente lo que más nos afecte, la ausencia absoluta del tema en el debate demuestra que la mirada estratégica sobre la región se va a mantener inalterada. No hay nada que debatir porque en este punto el acuerdo es casi unánime, la estructura bipartidista tiene bien claro cual es la política hacia América Latina. En todo caso las alternancias dentro del “Ala Oeste” implican cambios en la intensidad de las posturas, pero nunca un cambio de fondo.
Pero en términos generales, en el mejor de los casos solo podemos realizar algunas suposiciones. En el caso de Donald Trump, podemos tomar este vacío conceptual en los argumentos, como una señal de que de imponerse, nada va a cambiar. Los contextos de crisis presentan oportunidades para cambios radicales, pero también son escenarios propicios para la radicalización y profundización de modelos preexistentes. No debería sorprendernos que frente a un triunfo de Trump, el modelo conservador se profundice aún más.
La verdadera pregunta entonces es, si un candidato elegido por su moderación y por su alineación hacia la centro derecha (al menos en los estándares norteamericanos) va a cumplir con varias de sus promesas de campaña que responden a una agenda más progresista.